La asociación “Málaga por su catedral” ha nacido con el fin de que se termine la inconclusa catedral de Málaga. Escribió Martín Santos en su “Tiempo de silencio” una extensa digresión en la que explicaba que existen ciudades tan descabaladas que ni siquiera tienen catedral. La de Málaga, sin embargo, exhibe el reflejo preciso de la ciudad donde dormita, esto es, inconclusa y mal planificada. Una eterna adolescente que nunca acaba de proporcionar su cuerpo. Con la catedral se ha cometido maltrato histórico. Durante aquellos años sesenta y setenta del pasado siglo, cuando en Málaga se perpetraba la arquitectura y el urbanismo casi fue sinónimo de lesa humanidad, construyeron la parcela que no sólo ocultó ese templo marinero a las olas, sino que la dejó empequeñecida y casi ninguneada por sabe dios qué intereses. Se ve que aquel nacional-catolicismo tampoco andaba muy católico frente a las especulaciones inmobiliarias.
El caso es que, en efecto, construir un techo bajo el que todo el edifico pueda cobijarse y protegerse tanto del sol, como de las aguas, se acerca a una mínima obra de caridad exigible a quien corresponda que la ejecute, tan sólo como muestra de respeto por nuestro patrimonio cultural y artístico. Un proyecto ingente que exigió el trabajo de cientos de artesanos durante otros cientos de años merece todo nuestro ánimo de custodia. La contemplación de tantos múltiples detalles que jalonan su fachada es un gozo estético que revela, además, la minuciosidad con que sus orfebres, más que arquitectos, canteros y albañiles, concibieron este regalo para unas generaciones futuras que, por diferentes causas, han desatendido su mantenimiento y adecuación.
Al margen de la religión que cada quien profese, incluso esta de los ateos que aflige mi ausencia de vida tras la muerte, la catedral es un valor para Málaga que tenemos que proteger por mera responsabilidad histórica. En Vitoria o Valencia, el paseo por las zonas de excavaciones que muestran los sucesivos templos sobre los que fueron alzadas las catedrales es una actividad educativa que atrae un buen número de visitantes. Este hecho unido a las visitas guiadas y a la explicación de sus patrimonios artísticos convierten aquellos monumentos en organismos dinamizadores de la actividad urbana y se hacen más próximos a la ciudadanía, características que no tienen por qué colisionar con la finalidad difusora del cristianismo para la que fue concebida. Pero antes de cualquier propósito con utilidad social, todo el edificio debe ser finalizado, o algún día lamentaremos unas graves pérdidas tras una de esas trombas de agua tan propias del Mediterráneo. En Málaga parece que esta idea es complicada de entender.
Sin embargo, el otro foco de discusión que aparece cuando hablamos de la catedral malagueña lo enuncia el límite de su construcción. La Manquita por falta de una torre creo que debería de seguir siendo eso, la catedral que se distinga por su único campanario. Nuestra catedral no alza un edificio singular en su estilo como las de León, Colonia, Sevilla o Barcelona. Si esa torre fuese finalizada, entonces tendríamos la catedral de Jaén a la que la nuestra tanto se parece. También las ciudades necesitan sus mitos. Viviríamos en una ciudad tan descabalada que tendría catedral pero ninguna leyenda, más que la mujer que se aparece en el cementerio. No disponemos de un Cid que nos conquistara, ni de un Guzmán que arrojó su cuchillo para que sacrificasen a su hijo, ni siquiera de un rey moro que lloró de impotencia frente a las tropas de Isabel y Fernando. No se puede vivir tan desnudo. Echemos mano de lo que tenemos. Un Bernardo de Gálvez contra el inglés opresor y pirata, sumado a un solidario pueblo malagueño que contribuyó a la independencia de USA con el dinero de sus obras catedralicias, suena fantásticamente bien. La verdad está sobrevalorada la mayoría de las veces y, al fin y al cabo, esa sería una mentira piadosa y venial.