Mientras escribo estas líneas, el PSOE discute su decisión de voto para permitir, o no, un gobierno del Partido Popular. Unos esgrimen razones basadas en las políticas impuestas por el anterior ejecutivo para atrincherarse en la negativa. Otros aluden a la necesidad de que el país se rija ya mediante un gobierno. España es un país complejo como bramó Amadeo de Saboya mientras tomaba el tren de su renuncia al trono. Los podemistas ya han anunciado que se echarán a las calles porque consideran que ese es su sitio. Según dicen, la militancia socialista también se ha echado a las aceras. Lo malo de la calle es que es de todos y la policía no va exigiendo el carnet de militancia, con sus cuotas actualizadas, a cada quien que se concentre en un punto para saber si puede quedarse en esa protesta. La calle es de quien la pisa, hecho que convierte a los peatones en amos del cotarro. Los seguidores del equipo de fútbol polaco que llegaron a Madrid para pelearse, también reivindicaban sus parques y sus paseos. Se sentían respaldados por el doctrinal de sus puños. Si nos lanzamos a una competición para saber a quién impulsa el oleaje del asfalto, igual tendremos que plantearnos aquella idea de que cada partido político cuente con sus propias fuerzas de seguridad y respuesta. Regreso al escenario pre-guerra civil que es lo que algunos políticos nuestros parece que están buscando y pidiendo con toda la verborragia que les permite su aparato fonador. Por otra parte, los campos se quedan al margen de toda acción.
Los votos obtenidos en las urnas deberían de estar por encima de las manifestaciones de los militantes del PSOE. Si en lugar de estar en la calle, los callejeros se sentaran con lápiz, papel y un par de tilas, podrían calcular que los partidos reciben más votos que militantes chillan en sus mítines. El actual parlamento ha dicho que nadie goza de una mayoría absoluta, a la vez que el espectro de voto mayoritario se dirigió más a posiciones moderadas que a las extremistas. El gran error de Pedro Sánchez fue que se comportó como un caudillo en lugar de recordar que era un político. Ninguno de los programas de gobierno propuestos pueden cumplirse en su totalidad por mandato del pueblo español; por tanto, sólo quedaba la negociación para conseguir una proporcionalidad de propuestas legislativas aceptable por la mayoría social.
De los héroes se escriben epitafios, de los sensatos pueden quedar largas biografías. Un caudillo conduce a sus seguidores hacia la muerte colectiva o hacia el bar entre gritos, consignas y pancartas. La cartelería soviética y nazi imprimieron magníficos ejemplos. Los hinchas futbolísticos sienten tanta pasión por los colores de su club, como los gudaris que asesinaron con tiros en la nuca y bombas indiscriminadas. La violencia sólo es gasolina que espera un mechero, la mano es indiferente. La misión de cualquier político consiste en conducir la polis mediante la razón y la negociación. Los militantes socialistas, y un sector de su organigrama, han olvidado que su presencia en la cámara de representantes de todo el pueblo español se debe al número de votos obtenido. Su crisis se debe, sin embargo, a que no han sabido gestionar con calma y sin pasiones esa porción de poder que las urnas concedieron a sus postulados. Pedro Sánchez, junto con sus acólitos, han ofrecido a su formación un catálogo de acantilados. Se diría que hasta por cuestiones personales con Mariano Rajoy. Quizás le levantó alguna novia en su juventud, quizás le rayó el coche y no le dejó el seguro. La política en nuestro país se ha lanzado a las barricadas mentales, a la sinrazón callejera, a la amnesia de responsabilidades y a la asunción de historias en lugar de la historia. El PSOE tiene que tomar una decisión porque olvidó la tomada por ese mismo pueblo al que defiende en las urnas. Por encima de los militantes están los votantes que consideraron su sufragio en silencio, en zapatillas, bajo el flexo y sin voces.