Despedidas de soltero

8 Ago

El sábado sufrí la experiencia de una despedida de soltero al mediodía en el Centro de nuestra Málaga. Gritos, OoooooOleeeees cada vez que una chica pasaba y varias mamarrachadas más, acompasaron una tarde en la que me encontraba en un piso de cuarta planta, junto a un grupo de amigos que nada teníamos que ver con aquello. La calle entra por las ventanas lo mismo que el terral, las avispas y la mala educación. Por si los habitantes del Centro no tuvieran que soportar bastantes purulencias, ahora, las despedidas de soltero. Atrévete en Málaga. Cierto día cenaba junto a mis amigos gaditanos Javier Ruibal y Felipe Benítez Reyes en un restaurantito nuevo situado en un rincón cuco y mono de una calle recién arreglada. Pavimento e iluminación de estreno, una visión rehecha de una Málaga antigua por ambos, menos mal, bien conocida, elogiada y querida. Desde el bar de al lado, una despedida de soltero impedía cualquier conversación sosegada en nuestra mesa. Vergüenza como malagueño. De nada vale las inversiones que realicemos en imagen si un grupo de descerebrados ensucia nuestros ambientes con sus excrementos guturales. Hablé con quien parecía el encargado del bar, me argumentó que llevaban consumiendo botellas durante horas y la cifra de esa cuenta disuadía a cualquiera de echarlos de allí por más que molestaran al barrio entero. El taco es el taco. Que un rulo de billetes cogido por una gomilla figure en nuestro escudo. Y aquí continúa el conflicto. Habitantes del centro contra hosteleros y Ayuntamiento. Un negocio no es una ONG. Su apertura está calculada para recoger beneficios legítimos. El papel del Ayuntamiento de Málaga debería ser el de velar por la armonización de los intereses mercantiles, la imagen colectiva y los derechos individuales de esa ciudadanía que se verá recompensada mediante la recaudación de impuestos por renta. Hasta aquí la teoría.

Las ciudades proyectan una imagen propia igual que cada uno de sus habitantes. Si se empaña no vuelve a brillar, como expresaba aquel refrán antiguo sobre la honra de las mocitas. En los atlas señalamos nombres que invocan una sensación en cada sílaba. El viajero intuye que se dirige hacia las claves de su existencia más que hacia unas coordenadas sobre el mapa. Siena, Boston, Salamanca. En otros casos, la púrpura de los decibelios espolea al diablo oculto en la maleta. Bangkok, Río de Janeiro, Tijuana, Alicante. La verdad luego puede ser otra si se busca. He encontrado mayor calma en los bosques de Ibiza que entre el asfixiante ambiente social de Viena. Pero sobre las realidades, navegan los tópicos y nos movemos en un planeta en constante rotación de videos virales por You Tube. Málaga está realizando un esfuerzo ingente para convertirse en puerto de cultura. Quienes recuerden aquel centro urbano con aires de conglomerado de chabolas en abandono, durante aquellos años ochenta y parte de los noventa, saben que habitamos otra ciudad. Torremolinos se alzó como reina de la excelencia del pensamiento progresista europeo, tal como queda en la historia de la novela y el arte, y años más tarde cayó bajo la bragueta del lumpen más burdo y canalla, como contabilizan los archivos policiales. La recuperación social de estos espacios es mucho más lenta que su declive. Málaga se encuentra en un momento de definición, de planificar sus vías para un progreso sostenible. El turismo y la hostelería no constituyen una industria agresiva por sí. Por un lado, habilitan una salida mercantil inmediata a nuestras huertas y factorías; por otro, exigen medioambiente limpio y una cartera de servicios culturales y de ocio de la que los indígenas también disfrutamos. Estos grupos de machotes vestidos como hermanitos junto al disfrazado de novia, o esas manadas de hembras con penes de goma como felpa berreando por las calles durante 24 horas, no sólo constituyen una actividad molesta, machista, denigrante e insalubre, sino que dibujan un peligroso futuro para Málaga si se pusiera de moda como la macro-disco al aire libre para Madrid y provincias, incluida la provincia de Madrid. Ahí está Gandía y sus bellezas.

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