Un año más nos avisan de que los pantanos se encuentran por debajo de la mitad de su capacidad. Mi buen amigo, el poeta Álvaro García, como columnista de este diario, escribió que los artículos sobre la sequía constituían casi un género periodístico dada la insistencia de ambos. Los malagueños podemos enmarcar nuestros recuerdos vitales según restricciones de agua padecidas. Pues salía yo con Maniquina, por poner un caso, cuando el ayuntamiento malacitano realizó una campaña publicitaria donde instaba a los vecinos a introducir una botella vacía en la cisterna. Así, sequía a sequía, uno tiene siempre presente a aquella Maniquina o Maniquino y su malagueñismo sin condiciones. Me veía obligado a tirar dos veces de la cisterna para que huyeran por el inodoro una serie de platos procesados también muy malagueños. Por seguir recordando, y como este periódico ya tiene edad para recordar muchos episodios históricos, me llega a la memoria la época en que Jesús Gil, que en paz descanse, obtenía votos mediante la amenaza, entre otras, de construir una planta potabilizadora de agua marina allá por el siglo anterior. Parece que ese tipo de infraestructuras sólo pueden ser construidas por dictadores o por políticos de intereses tan oscuros como aquellos que auparon aquel GIL de tan triste deriva para el pueblo de Marbella. Razón no le faltaba que es lo peor. Ya nos están avisando de que el éxito de la llegada de población turística a la provincia de Málaga tiene los pantanos mirando al cielo por si se dignara llover varios días en agosto, milagro semejante al de Moisés y la apertura del mar, o al de la conversión del agua en vino. El agua da mucho juego para sorprender a los humanos, sobre todo, a las autoridades humanas de la provincia de Málaga que durante sucesivas legislaturas no se han enterado de que nuestras tierras se enclavan en una zona de sequías frecuentes, no cíclicas, pero sí tan recurrentes que en cincuenta años ya me he topado con varias de ellas.
El problema del agua en Málaga es una ecuación irresuelta cuya incógnita puede despejarnos hacia la ruina colectiva. Aún visitamos pueblos en nuestra provincia abastecidos mediante cubas como si se encontraran en un área sahariana o hubieran retrocedido en el tiempo hacia aquellos secarrales del pertinaz franquismo. La cohesión de un Estado, además de por los gloriosos partidos de fútbol de su selección, se realiza mediante esos pegamentos sociales que evitan la condición de ciudadano de segunda o tercera. Además, Málaga vive del turismo y de la agricultura, dos grandes bebedores que van de la mano. Al turista, además de una sonrisa hay que entregarle todo el agua que necesite. El turista busca relax, esto es, playa, duchas, baños y aquello que ya cultivaron los romanos en sus termas y que, ahora, nuestra pretendida modernidad enmarca bajo las siglas SPA, salud por el agua. Cuando los americanos construyeron Las Vegas en mitad de un desierto e imaginaron lo que aquella ciudad sería en pocas décadas, realizaron una inmensa serie de obras hidráulicas. Se podrá quedar seca la Fuente de las Tres Gracias, pero no aquella polis refulgente de más de cuatro millones de habitantes en medio del desierto de Nevada. Nueva York calculó sus necesidades hídricas con cien años de antelación. Israel es un estado que sobrevive gracias a su potencia militar pero, sobre todo, porque sus kibutz hicieron florecer el desierto; hoy tiene asegurada su despensa mediante su tecnología hidráulica independiente. Málaga se ha construido a trompicones y parece que sin planes, excepto los que ha dictado la cultura del pelotazo durante décadas. Los ayuntamientos costeros crecieron durante aquellos años del ladrillo que metieron billetes en bolsillos privados y públicos. Tanto Junta como Estado se limitaron a poner la mano para cobrar unos impuestos que no han repercutido en las correspondientes infraestructuras acuáticas. Ahora alguien volverá a decir lo de la botella en la cisterna y yo recordaré a Maniquina.