Un grupo de británicos residentes en Mijas se ha asociado para contrarrestar, dentro de lo posible, la marcha de Reino Unido de la Unión Europea. Brexit. Un mal divorcio que golpeará a Málaga mucho más que a otras zonas de España. No sólo desde un punto de vista sentimental (ahora pienso en mi gran amigo Andrew Birch), sino también desde una muy preocupante perspectiva económica. Los británicos llevan varios siglos afincados en Málaga. Recordemos el Cementerio Inglés, las familias malagueñas decimonónicas de origen británico, o nombres como Gerald Brenan o Marjorie Grice-Hutchinson, por dirigir la mirada hacia el ámbito de la intelectualidad, no significan más que dos estrellas rodeadas por una galaxia donde abundan personalidades de todos los recovecos del saber, junto a una pléyade de compatriotas anónimos que han configurado nuestra provincia como una pequeña zona british donde se sienten cómodos y a la que impulsan con todo tipo de negocios e inversiones. Hemos logrado casi un sincretismo cultural. Es cierto que un inglés, si quiere, no tiene por qué aprender español para vivir aquí. Han hecho de estas tierras una habitación muy cómoda para ellos. Disfrutan de sus propios bares, supermercados, teatros, inmobiliarias, talleres, compañías de reparaciones, restaurantes, clubes, radios y periódicos por ellos editados, no traducidos. Si preguntase ahora en voz alta, qué le debemos los malagueños, parecería aquel personaje de La vida de Brian cuando cuestionaba qué debían los palestinos a los romanos. De entrada, ya les debemos los Monty Python, la solidez de nuestro sector hostelero, gran parte del desarrollo urbano de la costa e incluso del interior, y el tamaño y volumen de tráfico de este aeropuerto que nos convierte casi en el extrarradio de Londres. Nuestros emigrantes malagueños en UK, como mi querido Dani Cabello, saben que están a un par de horas de casa con una frecuencia de vuelo y precios baratos impensables desde otros destinos. Los estudiantes de inglés disfrutan la ventaja de poder practicar el idioma en nuestras calles, cualidad limitada en otras ciudades de nuestro entorno.
Toda esta idílica situación para nuestros expat (expatriados) británico-malagueños va a verse alterada de un modo que, por ahora, no dibuja ningún bonito paisaje en la lejanía. Muchos de los británicos llegaron hace años cuando el valor de cambio entre la libra y el euro señaló, de nuevo, a Málaga como un lugar atractivo con todas sus infraestructuras culturales y de gestión diaria de la vida más que asentadas. El británico aterriza en una tierra donde se siente seguro. Alquilaban sus casas en las islas, compraban o alquilaban una aquí y a disfrutar que son tres días y menos nublados que los del norte. Su moneda hundida ha arrastrado sus ilusiones y expectativas como naufragio que llevase los pasajeros al fondo del mar. Estos británicos malagueños constituyen uno de los grandes valores de Málaga en todos los sentidos. Las negociaciones de ruptura, algo que espero que no suceda, se realizarán a niveles europeos donde ni las instituciones provinciales ni las autonómicas podrán intervenir. El futuro gobierno de España se encontrará en una encrucijada histórica determinante para nuestros intereses. Un acuerdo torpe que supusiera la conversión de nuestros ahora vecinos en meros turistas temporales no sólo afectaría al devenir vital y sentimental de miles de ciudadanos que se consideran a sí mismos tan malagueños como británicos, sino que significaría un golpe a nuestra economía de difícil recuperación y de gran magnitud. La resolución de este conflicto está en manos de la ciudadanía de UK. Los órganos de gobierno de Málaga, como ha hecho el ayuntamiento de Mijas, deben apoyar a estas asociaciones de británicos que desean seguir siendo europeos y malagueños. Es el momento de practicar una política de brazos abiertos frente a este Brexit que afecta a nuestros emigrantes, a nuestro vecindario con pasaporte de las islas, y a todas las estructuras sociales y económicas malagueñas. Please, open arms.