Una ciudad, dos ciudades

4 Jul

El informe publicado ayer por La Opinión confirma con datos lo que los malagueños sabemos por el mero hecho de vivir aquí. Málaga es el nombre que se asigna a dos ciudades, la de los unos y la de los otros. La de los iguales y la de los que son más iguales que los demás. En cada ciudad del planeta conviven ricos y pobres. Desde ciertas torres de pisos con piscina en la terraza y helipuerto en la azotea, el visitante contempla la piel de chabola de Río de Janeiro. Buen número de ricos europeos habita inmensos caserones en Tánger protegidos por altos muros y ventanucos que vuelcan toda la vida hogareña hacia el interior, donde tupidos jardines cuidados por una legión de siervos diluye esa podredumbre ambiental que se afana por el laberinto de su medina. En Battery Park, a pocas calles de la bolsa de Nueva York, corazón financiero del mundo, los homeless arrastran sus errores vitales en el seno de carritos cubiertos por esa miseria que los hace invisibles entre el ajetreo cotidiano. La pobreza y la desigualdad acompañan al ser humano desde que alguien descubrió que podía golpear al más débil para que labrase la tierra por él. Toda ciudad se construye desde las desigualdades. Pero hay desigualdades y desigualdades. Las malagueñas claman al cielo de sus espetos. Son desigualdades epidérmicas, a pie de acera y de fachada. Hay marginalidades incluso con prestigio literario. El clochard, el vagabundo parisino, buscaba Le Figaro, por el gran tamaño de sus páginas para dormir a la intemperie, pero cubierto, en los bancos de Montmartre. La desigualdad crónica malagueña ha legado al tesoro de la lengua castellana, la palabra merdellón, mierda de gente, en francés, y la figura penosa del Piyayo desde los versos de J. C. de Luna. Una pobreza de esas que se empozan en el alma, que hubiera dicho César Vallejo. Unas desigualdades que se cuantifican en la cantidad de excrementos de perro por sus esquinas, en el tamaño de las ratas que colonizan los solares y en los decibelios que impiden una mínima paz que reconcilie a cualquiera consigo. Ser pobre en Málaga es serlo en superlativo perfecto.

La errática política municipal respecto al diseño conjunto de nuestras calles ha moteado Málaga con bolsas de abandono como bidones de basura arrojados sobre el mapa. Basta un paseo por la zona de Lagunillas, por ejemplo, para que al visitante le entren ganas de salir corriendo del decorado en cartón piedra del Centro, que disimula la intramiseria malagueña. La desigualdad en Málaga se produce desde la desigualdad primaria con la que el Ayuntamiento trata unos barrios respecto a otros. Los espacios donde se concentra la menor renta per cápita, combinada con la mayor edad de sus habitantes, deberían de tener un tratamiento preferente de ciertos servicios que sacara a sus vecinos de la indefensión y la indigencia municipal. No se trata sólo de las actuaciones que ejerzan los asistentes sociales, sino de un incremento en la limpieza e, incluso, en una vigilancia policial que impida que el chulo del bloque ponga el mp3 a toda pastilla y que fastidie al resto del vecindario incapaz de defenderse de tales agresiones. El pobre se vuelve aún más lobo para el pobre. La existencia se transforma por falta de recursos en una perpetua rima con la supervivencia. Poco margen queda para la urbanidad y las actitudes cívicas en tales circunstancias. En Málaga las brechas de desigualdad padecen amnesia de consistorio. Contenedores atestados de basura las 24 horas en el verano sureño, las viviendas sociales de ínfima calidad arquitectónica que literalmente erigen un techo bajo el que cobijarse pero que casi obligan a vivir en la calle, los coches que vomitan por las ventanillas los ritmos de moda a cualquier hora de la noche, la falta de protección policial salvo para delitos de enjundia. El olor, el sabor y el color de la pobreza. Así es la otra Málaga, la que no se disfruta desde los cruceros a no ser que el turista se equivoque de autobús o camine tras el Teatro Cervantes por ver qué hay por allí. La Málaga en el peligro de la libertad. La Málaga que no tiene quien la defienda.

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