Dos citas electorales que pueden pasar a la historia general de la estupidez política humana. Por un lado, unas elecciones españolas que debieron ser zanjadas hace meses. Por otro, el referéndum en Reino Unido, que tanto nos afecta a los malagueños, ya empieza a desvelar las medias verdades y mentiras completas sobre las que ciertos discursos sustentaron su impulso al Brexit. Un significativo número de votantes ingleses se está movilizando para replantear una nueva consulta que ojalá se lleve a cabo con datos reales sobre la mesa para que nuestros vecinos británicos puedan dormir tranquilos en este hogar también suyo que es Málaga. Un mal planteamiento político sobre una causa noble puede desembocar en un río de llantos y lodos para la ciudadanía. Así, David Cameron quiso callar el independentismo escocés mediante una consulta en la que explicaba que Escocia independiente quedaría fuera de la UE. Ahora un Reino Unido fuera de la UE no podría detener la entrada en Escocia en esta frontera común europea, ni tampoco de Irlanda del Norte. Ya digo, una estrategia política que invocaba la democracia y voz del pueblo (causa noble), finaliza con un Estado más que dividido y una sociedad enfrentada consigo misma y con sus fantasmas resucitados. Los británicos malagueños alzaron aquí sus negocios y sus casas; reciben pensiones que pueden verse afectadas en extremo por la caída de la libra o por la ruptura de la mutua oferta de servicios y derechos como la sanidad o la participación en las elecciones municipales. El pueblo paga los errores de sus políticos. Los tiempos del verbo destruir siempre van más deprisa que los del verbo construir. Cualidades de la gramática vital. Si giramos la vista hacia nuestra querida España vemos que la participación en las elecciones ha descendido muchos puntos respecto a las previas. Quizás parte de la ciudadanía ande por campos y playas tarareando aquel estribillo de Julio Iglesias sobre la vida que al final sigue igual y eso, sobre todo, cuando nos referimos a política. A estas horas en que escribo, aún sin los resultados definitivos en las pantallas, vemos que la partida vuelve a ser para cuatro, tal como quedó antes de que la inutilidad de nuestros políticos rompiera la anterior baraja. Nos la podríamos haber ahorrado.
Tras aquellas elecciones en las que el pueblo español dio la orden de pacto a sus dirigentes han llegado estas segundas en que más de uno se arrepentirá de lo que no firmó durante los anteriores meses. Las fichas quedarán con igual disposición sobre el tablero. El PP demuestra que tiene un votante muy fiel y está bien implantado en la sociedad. Aunque la participación haya sido menor, Podemos ha ascendido por varios motivos pero, sobre todo, porque cuenta con un votante ilusionado con esa nueva formación. Ahora, si el PSOE quisiera negociar un pacto con esa formación llegaría en una cierta inferioridad. Pedro Sánchez no escucha flamenco. Habría recordado que la palabra es plata pero el silencio es oro. Sus declaraciones e insultos hacia Rajoy dinamitaron cualquier posibilidad de entendimiento tras las elecciones previas. Ha moderado su verborragia. En cierta medida Pablo Iglesias tiene a Pedro Sánchez acorralado contra las cuerdas del ring político. Unas terceras elecciones no sólo supondrían un artefacto dañino contra la economía española, sino que podrían hundir al PSOE. Podemos aparece como el conductor de estas circunstancias frente al imaginario de izquierdas. La situación de Mariano Rajoy, más que la del PP, tampoco es cómoda. La única coalición posible frente a la izquierda furibunda pasa por unirse con Ciudadanos y PSOE. Entre las papeletas de Podemos hay mezcladas con toda seguridad las de huidos del ala más a la izquierda del socialismo. Quizás por paradoja, Pedro Sánchez se haya quedado en sus filas con los sectores más moderados del PSOE que comprenderían un pacto a tres bandas. Al final todo sigue igual. Continuamos para bingo. Tanto en Reino Unido como en España, el pueblo paga las bravatas de sus políticos.