Bizarría celtibérica

2 May

Los titulares periodísticos de la semana anterior acumularon tantas dosis de tintura grotesca que casi enmudecieron el espectáculo chusco que escenifican a diario nuestros políticos de toda laya. Una de las dos españas había de helarnos el corazón, avisó Antonio Machado. Desde entonces la perplejidad ha encontrado nuevas fuentes de frío en las múltiples españas que andan por España. Por ejemplo, las chicas de la CUP fieles a sus idearios, más que a una deseable sensatez, no desperdician ningún resquicio para culpar a España de algo. Se aproximan tanto a las bufonadas que los Monty Python en su “Vida de Brian” pusieron en boca de los libertadores de Judea, que cualquier día van a tener que pagar derechos de autor. Así, según ellas, quienes se escandalizaron porque vieron a una pareja que practicaba sexo en el metro de Barcelona, constituyen la prueba de esa ideología cerril que la inquisición española inculcó entre aquellas liberales gentes barcelonesas. Sin que yo pague ni participe, invito a las señoras de la CUP a intentar el mismo numerito en el metro del país que ellas elijan para que nos cuenten su experiencia. En la revolucionaria Venezuela una amiga mía se morreaba con su pareja en una esquina y el coche de patrulla dio un frenazo como si hubiese reconocido a Bin Laden afilando un cuchillo. Los agentes bajaron casi pistola en mano para afearles su actitud. Por otro lado, pocas iglesias hay tan conservadoras como la catalana que, sin duda, contemplará ese apretón de genitales como la muestra del daño moral que lo español, así como concepto difuso y de amplio espectro, sembró por aquellas tierras, selva de virtudes y butifarras antes de la llegada de los romanos. Yo no me escandalizo ya casi con nada. Escribo el adverbio por prudencia. Pero puedo comprender que ante ciertas escenas alguien se incomode tanto como el que viaje en el metro junto a un tipo que se pegue un eructo como un toro porque el cuerpo se lo pida. Quizás sean atisbos de una moral pequeño burguesa pero los espacios públicos pertenecen a la ciudadanía y por eso hay que conservar esas formas de civilización que hacen más fácil el que unos humanos nos soportemos a los otros.

Si dirigimos la mirada hacia el ámbito privado, vemos la estampa de otra España con la nevera portátil en la mano, sandía bajo el brazo y pañuelo con cuatro puntas anudadas sobre la cabeza. Un país como de secarral perpetuo y cortijo lorquiano donde el silencio no es más que un biombo ante el horror. Un hombre de más de ochenta años violó a su suegra centenaria. Lo primero que demuestra un suceso como este es que los ancianos en general no pueden estar solos. Cuando se alcanza esa edad se descrece hasta que se desnace en la muerte. Retorna la mentalidad del niño, con su dependencia, vulnerabilidad e incapacidad para la reflexión frente a las decisiones. Pero esta sociedad olvidó hace décadas en qué partidas presupuestarias hay que gastar el dinero y en qué otras no. Recuerdo una explosión de gas frente a mi casa. Derribó los muros del piso e hizo que se moviera el mundo a muchos metros. Un señor mayor murió en aquella desgracia. Parece que olvidó cerrar una espita. Tras la llegada de los bomberos y las ambulancias, tras aquel estruendo de ladrillos sobre coches, tras más de cuarenta minutos de ambiente bélico, dos viejecitas asomaron en bata a la terraza del piso inferior sorprendidas por la visión. Parece que el ángel de la guarda regresa a partir de un cierto cumpleaños. Yo prefiero ver a los trabajadores sociales. Imagino un angelito custodio con muy buena voluntad pero con bastón, pañales y momentos de ausencia involuntaria aprovechados por el diablo, que goza de una salud excelente, como muestran las portadas de los periódicos cada mañana. Se ve que el demonio que recorre con sus patas de cabra estos terruños celtibéricos no se conforma con hacer el mal, sino que gusta de adornar cada acto con una pedrería bizarra difícil de encontrar hasta en la ficción.

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