Me llega la mala noticia del cierre de otro periódico en Andalucía. Un nuevo golpe de mar sobre la debilitada flotilla de los medios de comunicación en España. Como todo problema complejo, una suma de factores se alía para conducirnos hacia el túnel incierto de una sociedad desinformada. O lo que es peor, mal informada, en rima consonante con manipulada. La crisis económica restó partidas publicitarias de muchas compañías hacia la prensa escrita pero, sobre todo, la causa de esta merma en nuestra capacidad colectiva de informarnos, está causada por una revolución tecnológica aún errática. En nuestro terruño ibérico estos agentes tóxicos se incrementan por culpa del fracaso político que padecemos. Una serie de intereses partidistas y de oligopolios nos han situado ante urnas autonómicas, nacionales y otra vez nacionales en menos de un año. En esos interregnos, la publicidad institucional, e incluso privada, clausura sus aportaciones hacia la prensa. Una por imperativos legales y la otra por no querer significarse demasiado antes de conocer las victoriosas siglas de la contienda. Estas recientes faltas de ingresos están actuando como tiro de gracia sobre empresas de comunicación que ya se tambaleen o que aspiren a alcanzar unos determinados beneficios. Una magnífica noticia para esos mismos políticos que, denunciados en titulares y, por supuesto, en juzgados, aducen como primera defensa esa consabida conspiración de los medios contra su persona. La semana anterior, el moisés Pablo Iglesias se mofó, frente a sus acólitos y bajo el amparo de la libertad de cátedra, de un periodista. Pidió disculpas y arguyó que debería de haber criticado al medio para el que trabaja y no al redactor. Cuando algún medio critica algo, el método para contradecir la información expuesta debe ser la réplica educada, argumentada y probada en ese mismo medio o en otros. Camino tortuoso para políticos de todo espectro, sindicalistas, líderes religiosos, terroristas de paz, empresarios, banqueros y ladrones en general.
La única garantía que el ciudadano tiene de que un determinado hecho va a ser denunciado o exhibido entre las cinco columnas de una página, es la competencia que se tiene que establecer entre muchos medios de comunicación. La única defensa efectiva que la clase política o financiera puede tener es esa garantía de que una determinada información, difundida por tal medio, será contrastada desde otras cabeceras, y diferentes titulares. El resumen de este juego enuncia el concepto de que un periódico no es una ONG sino un negocio con gastos y beneficios. Quien paga controla. Por ello es necesario que tantos y tantos no puedan ser sobornados por una simple cuestión numérica. Estos cierres de cabeceras o de emisoras de radio y televisión profetizan un paisaje habitado por unos pocos grupos periodísticos que llegarían a ser aparatos de propaganda más que de información solvente. Descorazona contemplar cómo las redes sociales se hallan infectadas por bulos, infundios, y cotilleos que por ausencia de infraestructuras nunca podrán sustituir a esas noticias y comentarios que cada mañana se vuelan hacia la efímera vida de unas horas. El precio de la libertad ronda un euro al día. El pago por Internet no se ha generalizado, la publicidad en las versiones digitales de los periódicos no genera aún suficientes beneficios para mantener a las plantillas de los diarios, hoy en mínimos muy por debajo de sus necesidades, y cada vez resulta más complicado encontrar un quiosco con prensa en una ciudad sin dispensadores automáticos de periódicos. Una situación que alerta. Tan importante como la biodiversidad es la bibliodiversidad. Cada medio que cierra, en un país con índices de lectura tan bajos, nos aumenta una dioptría más hacia la ceguera irreversible, hacia ese abismo de oscuridad de huida improbable a causa de la presión ambiente. Una sociedad esclavizada por el precio de un vermú. Una democracia completa en liquidación de existencias.