Micromachismos

4 Abr

Me viene a la memoria una noche en aquel mítico Cantor de Jazz, cuando el dueño del club, Miguel Hernández, me explicaba que cuando un tío ve a una mujer sola en una barra empieza a afilar el cuchillo. La imagen es algo bruta, y por supuesto sólo eso un recurso literario, pero creo que es suficientemente descriptiva de la actitud de un buen número de machos de la especie cuando considera que ha visto una pieza de caza. Sustituyamos el cuchillo por insalivación, aumento en la longitud de los colmillos o lo que se quiera; el efecto será siempre el mismo. Todavía en una sociedad civilizada como la nuestra, y por más que uno no se tenga por machista, una mujer nunca baila sola. En el imaginario colectivo varonil se alberga aún la idea de que si una chica se encuentra sin compañía en un local público es que lleva encendida la luz verde como un taxi. Y eso me lo hizo ver mi hija con quien salí de copas este finde. Apenas yo me separaba de su lado en barras donde me encontraba con algunos amigos o entraba al servicio, en efecto, ya tenía ella al lado a un chico que intentaba el abordaje. Ante esa situación me acercaba e indicaba que estaba conmigo y era mi hija. Tuve que explicarlo incluso en inglés. Mi hija se enfadó conmigo. Pido perdón desde estas líneas. Pero entre su regañina me descubrió la palabra clave, micromachismo, para definir ese cúmulo de actitudes que convierten a la mujer en una especie de tutelada perpetua con un índice de voluntad bajo, por más que sea un sujeto con plena independencia jurídica en los papeles. La realidad, por desgracia, se imprime con otras tintas. Cuando una chica vive sola, o está sentada sobre el taburete disfrutando de su tiempo libre, o exhibe ante el mundo una actitud demasiado independiente causa extrañeza. Ese micromachismo que nos habita aún, repito, por más que uno se considere ajeno a tal pecado, nos conduce a actitudes que oscilan desde el paternalismo protector a una insistencia en el intento de ligoteo que naufraga en el mar de la grosería.

Cuando salgo con mi amigo Gaby nunca se me ocurriría intervenir si se le acercase alguna chica en esos bares canallescos que frecuentamos. Sin embargo, se me activa una especie de radar cuando eso mismo sucede a alguna de las amigas del grupo. Si hago un ejercicio de autoanálisis, mi eximente se basa en una necesidad de protección que considero que la mujer tiene frente al varón, pero si continúo taladrando mediante la introspección, descubro horrorizado que el razonamiento que subyace al fondo es la creencia en la menor capacidad de la mujer para defenderse de un tipo pesado respecto a la intuición que el mismo tipo pueda tener acerca de un sólido y explícito bofetón cuando yo intervengo. Micromachismo. Esas actitudes enturbian el ánimo de mi hija. Por un lado los tipos que tienen que esperar al quinto no para entender la negativa. Por otra parte, los que como yo no esperamos nada más que al segundo no para intervenir en la situación. Y aquí brota mi perplejidad frente al espejo. He criado a mi hija con los mismos parámetros con los que habría educado un hijo. Procuré que cultivara su independencia personal. Nunca creí que atisbaría en mí ninguna traza de machismo pero no había reparado en el micromachismo que igual que la llovizna cala los ropajes con los que uno se enfrenta a las horas nuestras de cada día. Hay una gran diferencia entre el intento de entablar una conversación con alguien que está en la barra de un bar disfrutando de su música y su bebida, y el rapto de la intimidad como sistema a cualquier mujer que se vea sola. Del mismo modo hay graves diferencias entre la acción de proteger y la de tutelar. El micromachismo nos lleva a ver a la mujer como una adolescente perpetua. Habremos alcanzado grandes cotas de igualdad el día en que en nuestras calles ellas no sólo bailen solas, sino que beban solas, escalen solas o visiten un museo solas sin que se sientan molestas por ese cúmulo de fauna hombruna que, de un modo u otro, depredan la libertad femenina.

Una respuesta a «Micromachismos»

  1. José Luis, no sabes lo que me llega tu artículo. No pensé que algún día un varón sería capaz de comprenderlo y, lo mejor de todo,¡expresarlo en público de una manera tan comprensible (espero que también para “ellos”)! Nosotras vivimos escenas así y mucho menos encubiertas, a diario. Yo, que sabes que soy madre de una amiga de tu hija, el año pasado dos amigos de 34 y 50 años… se empeñaron en acompañarme al coche a pesar de mi insistente negativa y ¡siguen sin comprender que NO necesitaba ser acompañada al coche, además de no respetar mi opinión! Aún hacen bromas al respecto…. Les voy a facilitar este artículo. Gracias.

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