Mañana martes se solemniza el día de la mujer. Lo de trabajadora cae en la redundancia. Volverán las tarjetas y los ramos de flores ofrecidos a las compañeras. Un modo de materializar un reconocimiento sincero y realizado bajo la mejor de las voluntades. Muchas no recibirán nada más que la felicitación de los titulares periodísticos. El índice de paro femenino narra un relato de terror y pocas serán las jefas que ordenen el reparto de rosas entre sus subordinadas por el simple hecho de que pocas son las jefas a pesar de que siguen siendo muchas las subordinadas. Nacer mujer exige vivir dos veces. Aún continúan las selecciones de personal en que, o bien se realiza un cásting, o bien bajo giros eufemísticos se opta por una mujer si no pretende formar una familia. Este mérito para el varón que indica deseos de estabilidad y pretensiones de continuidad en una empresa, se torna demérito en la mujer por imperativo biológico y óxido legislativo. Una vez conseguido el puesto de trabajo, se divisa el extenso desierto del desarrollo profesional. El varón puede soñar desde un primer momento con escalar puestos según su cualificación y habilidades, lo que conlleva con excesiva frecuencia que la mujer, su mujer, aparque su desarrollo profesional a la espera del tiempo adecuado, esto es, una vez libre de las esposas que la esclavizan en el hogar, lo que puede cuantificarse en ese par de décadas que habrán catapultado al varón hacia los despachos de pisos superiores. En el mejor de los casos, el ama de casa continuará anclada a la misma mesa de oficina a la que llegó. La mudanza de esa silla conllevará un reciclaje profesional y vital con trazas de heroísmo. Juraríamos que no vivimos en una sociedad machista. Ninguna mujer lidera ninguno de los partidos políticos que pugnan por el gobierno y salvo, Luisa Fernanda Rudi, ninguna presidió el Congreso. Quedan eso sí destacados papeles secundarios para varias féminas a pesar de que Carmen Chacón me parece mucho más válida que Pedro Sánchez y estoy convencido de que Soraya habría conciliado mayores consensos que Rajoy. España vivirá una edad de oro el día en que sea gobernada por una mujer. Síntomas.
Igual que la calidad de vida de un país se calcula según las condiciones de sus cárceles, no de sus palacios, el grado de igualdad de nuestra sociedad habría que medirlo según la distribución de puestos laborales de cualificación media o baja. Si en las altas cotas de la política constatamos una influencia femenina de baja tensión, habría que investigar, por ejemplo, el número de mandos intermedios femeninos en cualquier cadena de supermercados, y contrastarlo con el total de cajeras o encargadas de limpieza. Sospecho, sin estadísticas sobre la mesa, que el dato no sería demasiado alentador. Si la igualdad no se entabla en los cielos de las moquetas y los parqués, menos brotará en el pavimento frío de cada mañana. Más importante que la historia es ese deambular cotidiano de cada quien, que Unamuno definió como intrahistoria. Más significativo que el hecho de que Ana Patricia Botín o las hermanas Koplowitz dirijan compañías de importancia mundial, es el hecho de que los consejos de administración de las grandes empresas apenas cuenten con mujeres en sus sillones. Incluso en campos donde la mujer podría alcanzar un cierto grado de igualdad con el varón florecen los árboles que impiden su visibilidad. Los medios de comunicación otorgan al fútbol o baloncesto femeninos un tiempo y un espacio mínimos, por poner dos casos. Abandono escolar, baja cualificación profesional, precariedad en el puesto de trabajo, pensiones reducidas por cotizaciones mínimas, ceda el paso perpetuo al hombre de la casa, o realización personal olvidada en el baúl de los recuerdos, marcan todavía el currículum de un gran número de mujeres en este país nuestro de machismo subterráneo, insípido e inodoro que, sin embargo, empapa la mayoría de los actos que, como el pan nuestro de cada día, se ponen sobre la mesa común. Igual que las mártires, la mujer necesitaría vivir dos veces para que, por lo menos, una de las dos vidas le perteneciera.