Corretea por las redes sociales una petición para que el Ayuntamiento de Málaga indulte al chico que pintaba de color oro algunos elementos del mobiliario urbano. Las corporaciones de la capital y del Rincón de la Victoria, alertadas por la aparición de un artista sin fichar, ordenaron a su policía local que indagase los hechos e identificara al autor, dado que los agentes apenas tienen tareas que realizar. El chico había pintado con esmero papeleras, un banco, un columpio y una fuente. Si los alcaldes querían enviar a su policía a detener a un artista urbano, tal vez habría sido más saludable para todo el mundo que se hubieran practicado detenciones de presuntos artistas que cuentan con la bendición, el beneplácito y los billetes municipales en una ciudad, como la nuestra, que ya ha aparecido en más de una conferencia descriptiva de sus rutas del horror estético. Si ningún concejal o alcalde protagonizan los titulares por una intervención urbana, no se puede tener iniciativa artística propia e independiente. Ha resucitado aquel nihil obstat de la Inquisición que debía figurar al frente de cualquier libro de teología si quería ver la luz en el mercado, e incluso si su autor quería ver la luz de un nuevo día. Gracias a ambos alcaldes la policía local cuenta con un glorioso arresto en su currículum que puede sumar a otros actos no menos heroicos contra el arte independiente de la ciudad. Yo presencié, y alguien fotografió, y este periódico publicó, cómo la policía retiraba por orden municipal un cuadro exhibido durante una noche palurda en blanco, frente al Palacio del Obispo, donde se veía un sacerdote que se alzaba leve la sotana junto a un chico de rodillas. Nada explícito. La obra estaba realizada con acrílico sobre lienzo imprimado lo que confiere gran resistencia a la tela. Ambos agentes intentaron romper a patadas la obra, misión casi imposible. Cansados pasaron varias veces con la furgoneta sobre ella. No creo que se pueda presenciar un acto uniformado más bárbaro, ni más ostentoso de ignorancia. Lamento que no lo vieran los responsables franceses del Pompidou, por saber cómo se lo explicaban.
Pues así estamos. La cultura pictórica en Málaga es patrimonio de unos pocos elegidos para disfrutar de los billetes municipales. Revisemos algunos protagonistas de la parada de monstruos en que nuestros consistorios han convertido amplias zonas de nuestra ciudad. La estatua del Marqués de Larios, si le quitamos el nombre, no es más que un elogio de la pederastia, gracias a esa alegoría tan fallida en la que una señora casi desnuda le ofrece un niño a un señor. Mucho más evidente que aquel cuadro destrozado por la policía. No se puede juzgar el pasado según ópticas actuales. Si nos vamos a tiempos recientes, los del mismo alcalde que no retira la denuncia contra este artista, observamos que el ayuntamiento funciona según modas, o según restos de serie, no sé. Por ejemplo, de pronto toca espurreo de monjas y sacerdotes. Y aparecen en los sitios más insospechados e incluso sin sentido. En otros momentos se impone la estatua sentada. Ahí tenemos al Picasso condenado al banco de la Plaza de la Merced. El alcalde derrocha en asesores de dudosa solvencia profesional. Málaga camina con retraso de décadas respecto a las tendencias ornamentales urbanas de toda Europa. El Soho fue una idea entregada por una parte de la ciudadanía a nuestros ediles que bien han sabido y saben aprovecharse de ella para su mayor renombre. Detienen a un artista que decora y no se llevan a la cárcel al autor de la fuente de cilindros coloreados que mancha el nombre de la Plaza Sandro Botticelli y que a todas luces tiene delito. Los amigos de Don Francisco tienen licencia para asesinar cualquier estética. Habría supuesto un tinte de modernidad, más allá de los anti-grafitis autorizados, ese concepto de la calle como marco para una intervención artística, fenómeno que uno percibe en Berlín, Florencia, Bilbao, Nueva York o Londres. Ya he contado arriba el comportamiento de unas autoridades adictas a las catetadas en cultura y a la práctica de la lluvia dorada sobre un vecindario que no se merece este secuestro de su independencia creativa.