El presidente derechista de la Generalitat dio una conferencia la semana anterior en la Universidad de Columbia. Ustedes me permitirán que recuerde el inicio de un chiste que hablaba sobre un concejal de un pueblecito español, que bien pudiera ser del Pirineo catalán al que ponen una multa de tráfico en Chicago y pretende hacer notar allí su autoridad política. Se pueden imaginar el final. A veces los medios centran tanto el foco sobre el suceso que una hormiga bajo la lupa puede parecer un dinosaurio invasor. Los gabinetes de prensa de algunos políticos saben explotar muy bien este efecto casi inevitable de la transmisión de la información. Si atiendo a la emisora de radio que oía mientras me afeitaba y a los periódicos que leí a lo largo de esa mañana, Artur Mas había recibido poco menos que el beneplácito de Estados Unidos para independizar Cataluña. Así a lo grande. Del mismo modo, aún recuerdo a la alcaldesa de Marbella bajo una de las estelas de anuncios publicitarios que hay instaladas en Times Square. Allí se exhibía el nombre de su ciudad durante unos segundos que quedan eclipsados para el observado sometido a un publicidad luminosa y cambiante por segundos que vocifera desde nombres incomprensibles para el viandante, como ese de Marbella, hasta caramelos para niños o ropa deportiva. Eso sí, un segundo de gloria publicitaria cuesta muchos euros que la señora alcaldesa sabrá si amortizó o no. En medios provinciales y locales malagueños tal vez. En los neoyorquinos no. Pues igual sucede con el presidente de la Generalitat cuando vende esa milonga a su burguesía independentista. Lo malo es que los medios y especialmente los menos afines a sus ideas ejercen de altavoces como el frontón contra el que se arroja una pelota que acaba golpeando al lanzador. Bukowski decía que hacía falta tener toda la suerte del mundo para triunfar en Nueva York y regresó a Los Ángeles porque sabía que él jamás tuvo tanta fortuna.
Si alguien se entretiene en bichear la página web de la Universidad de Columbia observará que realiza unas catorce o quince actividades por día, característica general de las universidades americanas donde el alumnado recibe la información de primera voz y sobre cualquier asunto imaginable en el planeta o fuera de él. Allí sí hacen verdad aquella frase de Terencio sobre que nada humano le era ajeno. Ni siquiera el discurso de Artur Mas que ocupó la línea que le correspondía en el día y la hora acordados y que desapareció del tablón virtual varios minutos más tarde, lo mismo que los grandes investigadores o artistas que por aquel campus pasan a diario. El catalán independentista fue a hablar de separación y de idioma propio a una sociedad que llegó al acuerdo de que el inglés era la única lengua vehicular de aprendizaje a pesar de la presencia hispana en California o Florida. Dijo sentirse respaldado por una sociedad muy curiosa, educada y receptiva a nuevas ideas pero que llevó a cabo una guerra civil hace poco más de un siglo porque los estados sureños agrícolas querían separarse del norte industrial. Exhibió sus ideas de pequeñez en un estado donde la prosperidad viene de la mano de su grandeza. Y apeló a las colonias que se quieren separar de las metrópolis, cuando la realidad de Cataluña dibuja una metrópolis que se quiere separar de sus colonias. En efecto estuvo allí. Y los medios españoles reflejaron el evento el mismo día en que Amal, señora de Clooney, invadió de verdad las portadas de los periódicos neoyorquinos poco interesados en esa especie de arrebatamiento místico en estilo niño dios ante los doctores del templo que, según titulares, Mas desparramó por aquellas esquinas. La mentira se propaga desde los medios de comunicación cuando la verdad aparece tras unas gafas inadecuadas o cuando se parcela el universo mediante unas orejeras de mulo. Un poema de Cavafis lamentaba la desaparición de los enemigos. Los enemigos dan mucho juego y a veces, por su torpeza, incluso te hacen famoso.