Cultura democrática

6 Abr

Ahora que han pasado varios días desde las últimas elecciones y que más de un ánimo se habrá calmado bajo el peso de las penitencias con las que cada cual se discipline durante Semana Santa, llega el momento de ciertas reflexiones. Nos falta cultura democrática. Franco reinó cuarenta años, casi los mismos que la democracia española. Nunca oí el término de joven dictadura para referirse a ese gobierno absolutista en los años sesenta por ejemplo; sin embargo, aún hay quien habla de nuestra joven democracia. Las dictaduras parecen más efectivas que las democracias cuando inculcan ideas en las masas, tal como demuestran estos parámetros. La última noche electoral me sorprendí con los insultos que más de una y uno volcó por las redes sociales contra los votantes socialistas. Debo decir que traslucían un ideario que se suponía de izquierdas. Puesto que las revoluciones se conquistan y toda conquista erige un valle de los caídos, según esta óptica, unos cuantos insultos y amenazas a las y los andaluces que somos idiotas, estúpidos y demás según el voto se oriente hacia una bandera u otra, tampoco constituyen un pecado tan grande, repito, según esa concepción de cómo conducirse por el mundo. También se pueden encontrar por esas redes de comunicación, artículos que ningunean las opciones de voto socialista y popular porque nadie tuvo en cuenta la abstención; de ahí se deduce que esta democracia representa una farsa. Por supuesto, también han abundado los panfletos donde se aludía al sistema de cómputo electoral que establece la norma D’hondt. Igual que en aquella película de Ingmar Bergman, el caballero tira las fichas del ajedrez cuando pierde ante la muerte. De la crítica al insulto media un abismo de irracionalidad. Y no sé cómo calificar a quiénes pretenden el cambio de las reglas del juego una vez lanzada la última carta perdedora sobre el tapete.

La democracia tiene mil fallos, como el voto igualitario sin otro criterio que la ciudadanía, o esas reglas de proporción representativa, pero es el único sistema que nos defiende de la barbarie de las dictaduras que, en tiempos de crisis, son siempre anheladas por una buena parte de la población, sea por la izquierda o por la derecha. Nada nuevo bajo el sol. Ahí están los años treinta de la pasada centuria tan bien explicados por Eric Fromm en su memorable libro sobre ese miedo a la libertad que los descalabros económicos colectivos conllevan. Surgen, surgieron, líderes mesiánicos que con celeridad primero señalan al enemigo, un enemigo entretiene mucho, y a continuación identifican partido con pueblo. El mecanismo es burdo pero eficaz. Todo ataque al líder es ataque al pueblo. Toda crítica al partido es ataque al pueblo. El pueblo tiene el derecho y deber supremo de la defensa. En efecto, nos gobiernan bastantes políticos nefastos. Sólo hay que mirar los currículos vitae de la mayoría que ustedes conozcan. Los hay con un graduado escolar a secas pero han aguantado todas las reuniones de su partido incluso con riesgo de su matrimonio y de ver crecer a los hijos. Al final la recompensa es un comedero que mejora el nivel de vida familiar. Esto es así y puedo escribir ahora veinte nombres. Pero identificar los ineptos que nos gobiernan con la democracia es tan perverso como establecer equivalencias entre política y corrupción, partido y pueblo, o democracia y dictadura. Cuando se abuchea a un presidente del gobierno como hacían con Rodríguez Zapatero, cuando se boicotean los encuentros con los ministros e incluso cuando una manifestación o una red social pretenden convertirse en la voz de las urnas, única voz mensurable de un pueblo, no hacemos sino invocar las dictaduras, con sus visionarios llenos los bolsillos de soluciones y el horizonte plagado de enemigos, por la izquierda o por la derecha. Tras casi cuarenta años, el pueblo español ha demostrado que no es extremista sino moderado y de esa sensatez colectiva llegaron las condiciones que permitieron una prosperidad en rima con libertad y desde luego en armonía con el respeto que se debe a los representantes que el pueblo elige en las urnas, nos gusten o no. Nadie tiene ningún derecho al insulto hacia nadie a causa de su voto. Nos falta cultura democrática y nos sobran mohínes totalitarios.

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