Por fin se han materializado dos de los proyectos estrella de nuestro Ayuntamiento. La apertura del Pompidou y del museo de arte ruso en una misma semana, lo que borrará de la memoria el fracaso tipo película italiana del museo de las gemas y la relativa poca repercusión que tiene el del automóvil. Yo soy de los que consideran que las equivocaciones son un método para llegar a los aciertos. En los currículos de USA las empresas fallidas tienen tanto aprecio como las alcanzadas. El Ayuntamiento inició un camino cultural con luces y sombras que han finalizado en dos puntos muy destacados para conseguir que Málaga aparezca en los folletos culturales de las navieras, objetivo éste tan cacareado, que parece el único que ha servido como motor al anhelo museístico consistorial. El Thyssen sirvió para urbanizar una zona de las muchas abandonadas en el centro de la ciudad. El Picasso en comandita con la Junta cumplió también su misión rehabilitadora en una calle que servía como urinario colectivo nocturno. Faltarían según esta lógica un MoMA en Lagunillas y tal vez una Tate en la Palmilla para que ambas zonas luzcan como espacios civilizados en el amplio sentido de la palabra. La cultura de exhibición en Málaga se utiliza como imán para consumidores de hostelería y presupuesto para la rehabilitación de aceras y edificios. Si no se inaugura el CAC quizás continuaría el abandono del mercado mayorista y la Avenida Comandante Benítez continuaría como punto de cita del lumpen nocturno. Cada asociación de vecinos debería exigir un museo en su barrio. Si sumamos todos metros de pasillos de museo, en efecto al crucerista que arribe a nuestras costas le faltará tiempo para patearse la ciudad. Ya no tendrá excusa para que Málaga se defina como el punto de partida hacia Córdoba, Antequera, Ronda o Sevilla, calles con un mayor valor histórico imposible de reproducir excepto en Las Vegas.
Nuestra ciudad tuvo una gran suerte con el nacimiento de Picasso, a partir de ese hecho biológico fortuito e innegable, la actual economía local da trabajo a legiones de camareros y otros oficios relacionados con la atención al cliente. Picasso, sin embargo, no es un artista malagueño, ni siquiera andaluz, e incluso podríamos discutir si fue español. Las inversiones públicas en museos rehabilitadores de espacios e imanes para turistas que justifiquen e incluso perdonen estas inversiones perpetúan nuestra tradición de desterrar hacia lugares más dinámicos a nuestros artistas locales. Podemos acabar en una ciudad con mucho arte pero sin artistas, es decir, un escenario para viajeros que degluten como cabras lo que se les ponga ante sus ojos por un módico precio y con la posibilidad de compra de camisetas a la salida envueltas para regalo. Una equis en el mapa artificiosa y de dudosa consistencia a medio plazo. Los museos de Nueva York se sostienen sobre el prestigio que a maravillosas colecciones compradas por sus millonarios, le otorgaron sus artistas locales como Warhol, Clemente o Basquiat. Los museos volanderos se marchan hacia donde la bolsa suena. Estas dos colecciones tan significativas pueden en breve acabar en Arabia Saudí, China o en el Chalet de un magnate ruso, si no existe un ancla que las retenga como sucedería en San Francisco o Bilbao, capitales culturales. Málaga cuenta con un efervescente grupo de muy jóvenes artistas atentos a la vanguardia del planeta, y que ya cosecha resultados más que notables. Me llevé una alegría cuando este verano contemplé al tercer premio de la National Portrait Gallery en Londres, porque era el trabajo de Ignacio Estudillo, vecino de Málaga. Además de los muchos artistas que trabajan desde hace años, hay una nueva generación muy bien formada que cultiva un arte más allá de la tradición y con una creciente repercusión externa. Esperemos que entre los planes anejos a estas brutales inversiones museísticas se encuentren las estrategias de potenciación y promoción del actual arte malagueño. La de las mil tabernas y un solo artistas.