Números

23 Feb

La modificación que el gobierno pretende realizar a la actual ley del aborto, mediante la que una menor tendría que obtener consentimiento paterno para que le practicaran la interrupción de su embarazo afectaría a unas doscientas adolescentes, según cálculos realizados no sé si por el Ministerio de Justicia o Sanidad. Una incidencia mínima sobre el total de la población española tal como lo enfocan los responsables de este nuevo corpus jurídico. En contra de lo que pueda parecer también las matemáticas son relativas y opinables. Dios libró a la humanidad de su aniquilación porque sus ángeles le señalaron un hombre justo. Un solo ejemplar libró a toda la especie. Se ve que dios es menos exigente para aplicar su piedad que nuestros mandarines ministeriales. Yo no tengo miedo a que un budista, un cristiano o un musulmán gobierne. Lo que me provoca pavor es que use su religión como práctica de gobierno, incluso la de los ateos, Stalin como demostración. La ideología es la muerte de la idea. Cuando se antepone a la vista vuelve miope el razonamiento. Supedita esa piedad natural que alzó a los humanos hasta el vértice de la pirámide de la supervivencia, a los caprichos de los logros ideológicos. Y ahí queda la sangre de la historia. Cruzadas, yihad, ismos, imperios, más ismos. La ideología encierra al humano en la bruma de los cálculos como simple moneda para el logro de un fin. No sé si dios existe o si el nasciturus tiene alma, o si esta es transportada en el espermatozoide o permanece en el óvulo adormecida. Podemos sumirnos en debates como los tratadistas medievales sobre si el espíritu divino fecundo a la Virgen por las orejas. Doscientas niñas se verán con un doble problema sobre sus jóvenes espaldas y no siempre sabrán resolverlo del modo adecuado. Puede que de esas doscientas un número desconocido pero calculable intente un aborto casero, otras en algún tugurio. Puede que otro número opte por el suicidio y otro por ocultar el embarazo hasta que el recién nacido aparezca en un contenedor de basura para horror colectivo.

Siempre serán cifras menores de doscientos, índice que no mueve a piedad a los integristas cristianos aunque su dios enseñe que basta un humano para promover la suya. La idea que subyace a esa doble condena para la mujer es la del pecado. La chica no supo cerrar las piernas y ahora debe pagar por ser mujer e hija. Si una joven no se atreve a contar en casa el problema que tiene habría que considerar que quizás sus mayores no tengan un talante demasiado comprensivo ante esas afrentas al honor familiar que con tanta facilidad las mujeres infligen. Otra ideología. La semana anterior fue condenado un tipo que obligaba a su pareja a arrancarse los dientes con unas tenazas que él mismo le entregaba. No creo que exista un cuantificador del miedo que esa mujer debía sentir para acceder a tal acción. Los números no calculan los comportamientos humanos. Tipos así existen tal como queda demostrado. Uno, como aquel justo. Aquí ya tenemos un impío de esta magnitud. Ahora pongamos frente a él una chica de quince años que necesita su firma para interrumpir su embarazo. Tan sólo ese único ejemplar justificaría que su hija dispusiera de ese libre albedrío que ahora una determinada ideología le intenta arrebatar a doscientas que albergan en su interior una sobredosis de pánico, además de un futuro más que incierto pero de fácil arreglo médico si esa es su decisión. La madre carga con el hijo. Aún quedan en nuestra sociedad demasiados resabios machistas. Padres que bajo sonoras amenazas encomiendan a las madres la castidad de sus hijas. Madres asustadas que amenazan, como por encargo, a sus hijas para que guarden sus virtudes en mitad de la locura de la noche. Un miedo que se transmite como epidemia y que termina sobre la conciencia y los hombros de unas adolescentes que en doscientas ocasiones no cuentan con el apoyo de sus familias y, si la norma legal prospera, tampoco con el de su sociedad.

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