Antonio Banderas y Dani Rovira recibieron el sábado unos más que merecidos premios Goya. Ambos malagueños tienen en común que han triunfado al apostar su vida en ese tablero tan cruel que rueda entre las bambalinas. A quien las tablas y focos llaman, revela una actitud heroica frente a la existencia. Se asemeja a aquellos héroes mitológicos que se arrojaban al mar a la busca de un horizonte del que se ignoraba el camino. Unos fueron inscritos en las leyendas, de otros no quedan ni sus nombres. Abandono estos efluvios líricos entre párrafos. Dani y Antonio constituyen dos ejemplos de que el trabajo y la fe en sí, pero sobre todo el trabajo, erigen los raíles que conducen a la meta que cada quien se proponga en su vida. Si a un malagueño de aquellos que representaban en los años setenta obras clásicas junto a doña Ángeles Rubio Argüelles le hubieran profetizado los dioses que pisaría las alfombras de Hollywood se habría jartao de reír. Antonio llegó. Dani constituye un caso similar pero de otro tiempo y circunstancias. Niño de Carretera de Cádiz, educado en el instituto Litoral, tuvo un sueño y luchó por él. La suerte te tiene que pillar trabajando como dicen que hacen las musas con los artistas. Ambos malagueños, trabajadores, de barrio y exquisitos, culminan un iceberg que esconde una trupe de malagueños y malagueñas que llevan décadas sobreviviendo y pagando su casa, comida y vestido mediante la calidad de sus artes escénicas, un mundo ajeno a la piedad pero repleto de personas dignas. Contrastan los currículos de estas mujeres y hombres con el de esas figuras que la llamada telebasura nos destripa cada tarde. Alguna televisión generalista asalta los horarios de máxima audiencia con programas donde alguien cuenta sus intimidades hasta el punto en que cualquier madre vomitaría. Luego, a base de cheques, polémicas insulsas sobre asuntos de cama, desnudos más o menos pactados, y una muy cuidada estrategia de mercado, la o el abyecto queda encumbrado a un altar mediático que le asegura el perdón materno, junto con unos buenos ingresos para él y para la maquinaria de ese sistema piramidal en el que ha tenido la suerte de ser insertado.
Un fenómeno internacional. Donde hay una cadena de televisión existe la posibilidad de la tele-populachería. En pocas ocasiones será edificante para ciertos valores humanos que no coincidan con los bursátiles o que no se hallen inmersos en la sordidez. Cada cadena televisiva ha adaptado los personajes a su idiosincrasia. Así, en España se encierran bajo la óptica de la cámara a la chica que se acostó con un torero, o al hijo de una tonadillera; el cásting brasileño incluye a una estupenda que mueve el culo como una batidora, lo que me parece algún mérito al menos. De esas reuniones nos quedan personajes de portadas revisteras, zafios pero con llaves de deportivos. Ejemplos de que si alguien se desprende de su honorabilidad y del respeto que cada quien se debe a sí mismo, puede llegar a ser una o un triunfador sobre todo para la dirección de su banco. Sea en política, televisión o periodismo. Karmele Marchante dirigió una de las revistas culturales más prestigiosas de este país, Ajo Blanco. Si nos queremos poner en plan realismo literario, que siempre condensa su dosis de falsedad, podríamos dibujar una buena parte de nuestra juventud, precisamente la más desorientada, absorta en la contemplación de gentes que no consiguieron ni un graduado escolar pero que alcanzan la gloria porque se desnudan de las mínimas dignidades que corresponden a cualquier ciudadano. La violencia en un espectáculo mayoritario como el fútbol es reprobable no sólo por el acto en sí, sino porque ofrece una efectiva lección a miles de jóvenes sobre cómo resolver un conflicto. Dani y Antonio quedan como ejemplos de actitudes y valores muy alejados a los de ese mundo de lentejuelas donde se confunde la fama con el prestigio. Dos malagueños en rima con trabajo, dignidad y sueños. Dos superhéroes de barrio.