El asesinato de un periodista

2 Feb

Los asesinos del llamado Estado Islámico han matado al periodista japonés Kenji Goto. Hay que tener mucha vocación además de mucho valor para asistir como corresponsal a cualquier guerra. Junto con el personal sanitario, el periodista representa un atisbo de nobleza humana en medio de la miseria moral que la guerra esparce como labrador del Apocalipsis. La verdad es la primera víctima. El periodista no lleva un término tan abstracto y escurridizo como ese entre las teclas de su ordenador. Se acerca y observa los diferentes puntos de vista desde los que se puede abordar un problema. El hecho de que Kenji Goto decidiera acudir a tan bárbaro e inhumano conflicto significa que llegó sin ideas prefijadas sobre los bandos que allí combaten. Significa que concedía un voto de confianza y de razón a sus propios verdugos. El asesinato de un periodista acrecienta las tinieblas que abonan al diablo que habita en los humanos. En nuestro occidente cómodo, sin embargo, la prensa está sumida en una crisis que va más allá de la económica. Las nuevas tecnologías hacen posible la difusión de sucesos desde el propio bolsillo del ciudadano y con una inmediatez que, en ocasiones, impide la reflexión y la cordura, mucho más cercana al sosiego que a la prisa. La competencia entre empresas de comunicación es, junto con la actitud ética de sus trabajadores, el único elemento que garantiza el adecuado funcionamiento de los medios como luminarias de la sociedad. Un periódico es una compañía que busca beneficios y tiene sus intereses. Los períódicos únicos, hegemónicos en una ciudad o región, como los niños malcriados, suelen ser caprichosos en exceso e inútiles. Un almuerzo con el director y la promesa de publicidad institucional sirven para que los prebostes locales duerman tranquilos porque ningún titular desvelará sus torpezas y corruptelas. Hay un indicio de culpabilidad en todo aquel que comienza su defensa aludiendo a una campaña de desprestigio orquestada por un medio de comunicación. He tenido conversaciones con responsables públicos que acusaban a un mismo grupo de prensa de ser de derechas o de ser de izquierdas, según la información del día que no les agradara.

No creo que exista un solo director de un medio, por modesta que sea su difusión, que se haya librado de la amenaza de tal o cual fundación, partido o poder financiero. Así es nuestra sociedad. La garantía de que las rotativas vocearán la basura que se esconde bajo las alfombras se basa en la competencia por conseguir lectores. Si alguien no publica un determinado hecho, otro lo hará. Sin embargo, una buena parte de la ciudadanía se considera suficientemente informada mediante los medios audiovisuales, que cumplen esa función, pero sometidos a su característica brevedad en el tiempo que se puede conceder a la noticia. Otra buena parte confunde las redes sociales con los canales rigurosos y solventes por los que debe transitar la información. Cada vez que se ha producido un suceso que afecte a la sensibilidad ciudadana las redes han demostrado la necesidad de una reflexión tranquila sobre los hechos, característica que corresponde a la prensa. Casos como el de Dolores Vázquez o el de los presuntos violadores de la última feria de Málaga revelan que la información basada en indicios, aunque esté contada en el instante del suceso, sólo contribuye a la confusión y al griterío más que al argumento. Si los ciudadanos no somos conscientes de la importancia de la prensa escrita, ponemos en serio peligro nuestra libertad por muy pocos euros a la semana. Un periodista ha muerto a manos de la barbarie. El periodismo puede morir por desidia y falta de interés colectivo. Los primeros que se alegrarían de los cierres de las cabeceras serían todos aquellos que ahora frecuentan las portadas. Los primeros que lamentarían esa situación seríamos los ciudadanos que descubrimos cada mañana con asombro hasta dónde llegan la miseria y la ambición.

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