La feria de Málaga borra entre faralaes y merdelloneo desatado cualquier otra etiqueta que la ciudad pueda asumir en cualquier momento. Por más puertas que se quieran alzar al campo del destino, Málaga hunde sus raíces en esto que vemos, en un barril de lo que sea. Málaga es un bar del que comen no sólo los autóctonos sino media Andalucía y esa parte de Cataluña metropolitana que tanto desprecia a sus colonias. Ni el Silicon Valley del sur, ni el balcón de Europa que, anecdótico mira a África, ni la California comprimida o compresa de España, un bar y ya está al que mi hígado y yo apoyamos tanto como podemos, y bien lo sabe la legión de camareros a la que tanto alegra la presencia de mi tarjeta en el local. Una ciudad que se bebe a sí misma de distrito en distrito, que pone el dinero a que dé vueltas como en noria o tiovivo ferial. Cuesta crecer al billetero común entre tanta fiesta y sandunga, hacerse mayor y asumir sus responsabilidades. Y ya se sabe, un inmaduro no tiene sitio en el mercado, a no ser en el de la supervivencia elemental de esquina y rebalaje del que aquí tanto sabemos. Pan para hoy y hambre para Málaga. Ahí quedan los datos de la contratación del año pasado. Camareros, limpiadoras y peones. La falta de cualificación profesional se convirtió en el currículum estrella para un compromiso empresarial a pocas semanas vista. Las necesidades de nuestro mercado de trabajo son así. Incluso las familias que han invertido su indemnización por desempleo han optado de modo muy significativo por la hostelería; en este paisaje la imaginación no contempla otro horizonte. Habrá que enviar a la armada a que capture cruceros y suelte a sus navegantes por el centro de la ciudad hasta que gasten todo lo que lleven. Málaga es muy agradable, pero su actual turismo se aúpa en una serie de circunstancias sociales que llenan de lágrimas los informativos y de clientes nuestras playas durante el verano al menos. Y aquí la feria para que todos nos veamos en el bar, con urinario colectivo, en que se metamorfosean nuestras calles. Todo sea por los billetes que una semana como esta nos mete en el bolsillo.
Esta crisis empieza a ser menos por la costumbre de llevarla sobre los hombros y porque Málaga lleva una buena racha turística. Desde Marruecos hasta India no hay dónde ir que no sea un riesgo severo. Túnez asoma algo la cabeza. Es cierto que la hostelería española tiene una magnífica relación entre calidad y precio, sin competencia por la temporada de tormentas en el Caribe. La industria turística empuja a sectores como el agrícola o el químico. Incluso bien gestionada es limpia. Pero no se pueden poner todos los huevos en la misma cesta igual que no se puede apostar la fortuna familiar a un número de la ruleta. Todas las economías desarrolladas en la época industrial de los años setenta, modificaron sus nichos productivos. Ahí está Bilbao como ejemplo del País Vasco que apostó por la diversificación industrial y de sectores económicos. También tiene su Semana Grande, pero la ciudad no se hundiría si un temporal cerrase las casetas y atracciones. No quiero pensar lo que en Málaga supondría esa circunstancia. Una sociedad es lo que quiere ser, conducida de la mano de sus dirigentes. Será siempre más fácil reconvertir a un ingeniero o a un trabajador cualificado que al peón de cualquier sector. En las décadas de la preeminencia del ladrillo, miles de estudiantes abandonaron los institutos llamados por los billetes en mano frente a los títulos que volaban en el imaginario del futuro. Una apuesta de ruleta rusa que dejó el porvenir y todas sus trampas en manos de un único sector que cayó porque ya se sabe lo que pasó con torres más grandes, pero nadie quiso oír las nefastas predicciones que se hacían. Ahora volvemos a estar igual pero de otra manera. Entre tanto, en mitad de la feria también aparecen ángeles, como el gran Pepe Ponce, trabajador sin contrato e incansable para que las culturas malagueñas, así en plural, no queden en el olvido, uno de esos enviados del cielo que cada cierto tiempo muestran grandezas de esta ciudad tan insistente en sus miserias.