Europa

26 May

Cuando escribo este artículo, varios medios anuncian una participación en las elecciones semejante a la de 2009. Se teme por un acenso de fenómenos sociales bautizados como euro-escepticismo o directamente euro-fobia. Hace menos de un siglo, nuestros padres y abuelos europeos se disparaban entre sí con cualquier artilugio que sus industrias e ingenieros fuesen capaces de crear. Los españoles estábamos muy ocupados matándonos entre nosotros mismos. Los historiadores aún no saben por qué comenzó la I Guerra Mundial, lo que sí queda constatado son las ganas que las diferentes naciones tenían de demostrarse unas a otras su superioridad tecnológica y racial, a pesar de que los europeos somos grupos étnicos con enormes mezclas entre sí dada la historia tan agitada de esta zona del planeta. Nunca dejes que la realidad te arruine una buena noticia, ni un buen libro de historia, podríamos decir. De este modo surgieron los mitos de origen. Así, los franceses, por ejemplo, pasaban de ser celtas a francos, como Viriato obtenía pasaporte portugués o español, según interesara más o menos al momento de exaltación peninsular. Los barruntos filo-euskaldunes del siglo XIX señalaban al vasco como la lengua que hablaba Noé. No vestían con txapela al constructor del arca porque la boina aún no se identificaba como distintivo euskérico, fenómeno más reciente, relacionado con los uniformes carlistas, uno de los doctrinarios políticos más reaccionarios conocidos en cualquier época de España. Cada pueblo de los que componen España tiene algún tipo de sombrero o gorra, lo mismo que los quesos en Francia, pero mientras allí esas multiplicidades del proceso lácteo sirven para unir a una ciudadanía donde también se habla vasco y catalán, además de alemán, bretón y varios marcados dialectos del francés, aquí cada variante de los trajes regionales y cada evolución del latín se usa como bandera para ahondar la diferencia, la superioridad y, por supuesto, la independencia, por parte los nacionalismos de voto mayoritario como ahora vemos en el caso catalán y vasco.

A pesar del admirable proceso de unión europea, tan sorprendente como si Estados Unidos se integrase en una confederación con Rusia y México a la vez, Europa está denostada en amplias capas del imaginario colectivo, lo que se refleja en una intención de voto muy baja en todos los estados de la Unión. Los intereses europeos son tan complicados de cuadrar para la ciudadanía como los españoles a causa de los desequilibrios territoriales. Existen dos Europas, como existen dos Españas y de imposible reconciliación. La ciudadanía pobre reclama que le den dinero, mientras la rica reclama que dejen de pedirle pero no de comprarle. Andalucía la de la mano tendida, para pedir limosna, frente a la Cataluña industriosa tras las grandes inversiones de Franco. La Alemania resucitada por Estados Unidos, frente a Grecia. En este escenario, dichas ya un montón de sandeces por escrito sobre el origen de los pueblos, sobre la raza y sobre las lenguas, sólo queda acudir al método de la busca de un enemigo al que señalar. Todos los frustrados de este continente señalan a Europa en un sentido u otro, así como ente abstracto. Los catalanes no quieren recibir órdenes de Madrid pero sí de Bruselas. Los políticos que sumieron a sus estados en el fracaso económico conocidos bajo las siglas de los PIGS, esto es, Portugal, Irlanda, Grecia y España, con el añadido de Italia, tachan a Europa como la inclemente que, estalladas las respectivas burbujas inmobiliarias, impide que las deudas crezcan. Los políticos que se constituyen en bastiones de una ortodoxia en los presupuestos, desprestigian a Europa como la traidora que fastidia la existencia de unas ciudadanías solventes por cuyos jardines comienzan a aparecer más leprosos de la cuenta. Como en el poema de Kavafis sobre los bárbaros ¿qué sería de nosotros si no hubiera un extranjero al que echar la culpa? ¿Qué sería de nuestros políticos sin una Europa mártir?

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