La medalla de la Virgen

14 Abr

Según informó La Opinión el sábado pasado, nada menos que la Audiencia Nacional admitió a trámite una demanda contra el Ministerio del Interior, nada menos, interpuesta por dos asociaciones en pro del laicismo absoluto del Estado, afectadas porque se concedió nada menos que la medalla de oro al mérito policial a la Virgen malagueña Nuestra Señora María Santísima del Amor. Vaya por delante que, a pesar de ser antequerano transplantado a Málaga, ni conozco el mundo cofrade ni jamás me despertó ningún interés. Lo respeto mucho más que él a mí. Cuando mi niñez rural, me dio por seguir una costumbre, que no sé si continúa, que consistía en montar un pequeño trono que llevado por cuatro niños solicitaba limosnas de casa en casa. No podía competir contra el de Pepín cuyo padre era dueño de un taller de construcciones metálicas y de donde salía una Virgen bajo palio con todo lujo de detalles que ridiculizaba por contraste aquella puerta con dos palos de escoba clavados en sus laterales, sobre la que se balanceaba un crucificado envuelto por un lecho de flores de plástico y que recaudaba poca piedad del pueblo. Quizás aquellos desencantos me hicieron desterrar cualquier veleidad religiosa. Mi pequeña historia de una pérdida de la fe a lo Unamuno traída de la mano de un enfrentamiento severo con el mundo industrial. De esas mismas raíces floreció el nacionalismo rural euskaldún. Y es que esas frustraciones no traen nada bueno. El caso es que en las vías del ateísmo, contemplaba la Semana Santa ya sólo como un divertimento colectivo, me quedaron sus aspectos estéticos y antropológicos. Junto a la casa de mi abuelo, se ponían en formación los guardiaciviles a caballo vestidos de uniforme de gala, botas altas sobre pantalón blanco y casaca oscura con tricornio de ribetes dorados. Las criadas salían riendo nerviosas a los portales cuando oían los cornetines al son rápido acompasado del paso de la soldadesca. Para mí todo era juego. Perdonadme, me interesaban más las habilidades circenses de los gastadores legionarios que los dolores de la Madre Santísima del Cielo y su Hijo. Ya digo que respeto ese mundo y no me cabe ninguna duda que mucho más de lo que ese mundo me respeta a mí con su secuestro de calles y su proliferación de ruidos que no cesan durante el año. Pero también soy consciente de que mi ciudad gana dinero con ese espectáculo y me quedo con esa idea que no considero menor, ni mucho menos.

El caso es que las devociones cofrades nacieron desde la necesidad de marcar las distancias frente a la austeridad luterana tras el fracaso del concilio de Trento. Así, las imágenes abandonan su condición de estatua para alcanzar, mediante el fervor del grupo, cualidades humanas. Si alguien habla consigo mismo en voz alta por la calle es tildado de loco, pero si llora frente a una madera tallada es un creyente. Convenciones sociales y un significante que se ha convertido para el devoto en el referente, en el objeto divino y espiritual al que se quería dar una representación física. De ahí los bastones de mando que las vírgenes portan como general del ejército, los exvotos que los enfermos sanados cuelgan en sus capillas, las joyas que visten por donación tras favor recibido y tantos otros rasgos de humanidad que a la luz de la razón no se descubren sino como un juego estético, y sin fe ninguna, en una sinrazón. Pero tampoco considero que los problemas de la lucha entre laicidad y confesionalidad más o menos oculta del Estado se encuentren ahí, en los rituales marianos o cristianos de la Semana Santa para que la Audiencia Nacional pierda ahora un tiempo precioso en el análisis jurídico de los mimbres que sostienen la entrega de esa condecoración. Yo preferiría que analizara la ley del aborto con la que los católicos recalcitrantes quieren invadir la intimidad general de las familias españolas, o la pertinaz presencia de la religión en los centros de enseñanza. Lo de la medalla no es más que una gota en mitad del peor huracán contrarreformista que este país padece desde Trento nada menos. Y yo no tengo ya edad para volver a ninguna fe.

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