La muestra y el botón

7 Abr

Un gran amigo, para mí un hermano de esos con los que la vida te sonríe, me indica que la mayoría de los artículos que escribo sobre política son desesperanzados, como si las situaciones penosas en las que fijo el punto de mira no tuviesen solución. La cantidad de enfoques sobre un mismo suceso es directamente proporcional al número de espectadores multiplicado por dos, los ojos que la naturaleza nos puso en la cara. Una o un articulista, columnista o columnero, que aquí los voy a igualar sin precisión, es el acomodador del cine que, linterna en mano, señala un posible asiento al público que entra en su página. Si la película desagrada, el espectador siempre puede echar la culpa al que lo sentó en un determinado ángulo de la pantalla, ya que rara vez dispone del placer de abofetear al director del film, y mucho menos cuando los realizadores de esta tragedia nacional en que se ha convertido España suelen tener la condición de aforado, de forrado por hacer un chiste al hilo, o de aristócrata con privilegios de inmunidad y hasta sucesión. Leo articulistas con voluntad e incluso con veleidades de estilo, los hay mesiánicos y los hay que cultivan la sorpresa conceptual, pero aún no conozco a ninguno que busque el engaño del lector. La o el articulista desnuda su pensamiento sobre el papel y ya sabe a lo que se expone. Frente al desnudo, las diferentes reacciones no tienen ni catálogo. Larra, por irnos a uno de los padres de este precioso oficio, señalaba cómo el mismo suscriptor que por la calle lo animaba a que siguiera denunciando a un fulanito, lo amenazaba de muerte un par de periódicos después porque el francotirador en que se convierte el articulista de actualidad había enfocado hacia él ese fusil en forma de imprenta. La misión de cada una de las columnas que componen un periódico es preservar y garantizar la libertad de la ciudadanía mediante la información y mediante la opinión diversa. Pero ya digo, los acomodadores de sala no son responsables de la película.

La esperanza también se pierde tal como la Aguirre perdió los papeles y la dignidad hace pocos días. La Aguirre es el botón de muestra del sentimiento de casta superior que ha impregnado a gran parte de la clase dirigente de este país; esta misma encargada de articular para sí un corpus jurídico que castigue los atisbos de podredumbre, además de la corrupción en sí. El cargo público que roba, que manipula contabilidades, que chulea a la policía, que practica nepotismo, que se salta normas y que trafica con influencias, comete un delito de traición a la sociedad que le entregó el poder. Una legión de juristas, profesores, empresarios y líderes sindicales se lanzó al mundo de la política cuando los años de la transición. Político rimaba con prestigio. Muchos de aquellos cargos públicos perdían dinero con esa responsabilidad que, además, los señalaba como nuca para terroristas. Consolidado el rumbo, retirados aquellos próceres, otra horda, pero de parásitos incapaces de ganar un euro en las calles, aliada con especuladores de toda condición, se arrojó sobre los abrevaderos administrativos con el único ánimo de llenar la barriga. Es la época de políticos profesionales y de arribistas. De ese sentimiento de impunidad ha sido penúltima prueba el botón de Esperanza, la Aguirre, Grande de España en patrimonio inmobiliario, no en educación, según se ve. Pero sólo la penúltima. Semanas anteriores, nos enteramos de un asunto chusco de una casa ilegal protagonizado por un alto cargo de la Junta. Ha cedido el paso a otra cuestión similar que salpica ahora a un alcalde del PP. Sume el lector gambas sindicales subvencionadas en feria de Sevilla, a las que se dio la callada por respuesta, ERE, chiringuitos de ITV catalanes que intentan huir vía independencia, y aporte cada ciudadano un solo asunto feo que conozca y ya veremos a cuánto asciende el total de esta miseria. Las organizaciones políticas son las que tienen que esperanzar al ciudadano. Bastante hace el articulista con perder amigos y ganar enemistades.

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