Amores que matan

10 Mar

Dice en una pared cerca de mi casa: “No descansaré hasta tenerte a mi lado”. Como antídoto varias calles más allá alguien escribió: “El amor romántico mata”. El Día de la Mujer Trabajadora, amaneció con un terrible saldo de mujeres muertas a manos de sus parejas durante la semana anterior. Con todas las reservas lo escribo, pero no creo que una orden de alejamiento por sí sola, o una noche en el calabozo, disuadan al nadie de de tomar el camino tan romántico de encontrarse en el otro mundo con la persona que considera objeto de su propiedad sentimental. Las últimas estadísticas señalan que la violencia de género en España es menor a la de sociedades económicamente más avanzadas y con larga tradición de igualdad en derechos, como los países nórdicos. Es más, a pesar de tanto feminicidio ibérico y de tanta copla en que la mata porque es suya, no nos encontramos entre los países ganadores de esta clasificación. Una sola muerte por este motivo ya es mucho. Ya que no podemos arreglar el mundo, por lo menos limpiemos nuestra casa. El objetivo de la sociedad española debe ser erradicar por completo la violencia de género, porque eso significa extraer unas raíces ideológicas que frenan nuestro desarrollo por desprecio de una parte de nuestra población, a la vez que nos aleja de los calificativos más humanos. La violencia de género no sólo exhibe una purulencia social sino que revela el síntoma de una desigualdad en derechos que ninguna ley va a arreglar nunca, y que necesita una profunda limpieza tanto de los sistemas educativos como de la ideología que se filtra a través de dibujos animados, programas televisivos, chascarrillos de taberna y en definitiva, a través de todos los poros por los que fluyen los componentes del pensamiento colectivo.

No dudo de la bondad de alguien que se propone como mayor meta en su vida el conseguir que otra persona sienta afecto hacia ella. Como un caballero andante jura fidelidad a su dama, aunque ella no lo sepa y consagra su pensamiento a su estampa idealizada. Aprendí de mi gran amigo el doctor Francisco Cabello que un enamorado en cierto modo es un enfermo mental con un exceso de sustancias dopantes que el cerebro segregó. En ese sentido puedo entender la primera pintada que tiene una lectura inocente y si acaso ingenua, desconocedora de que el tiempo rebaja el nivel de opiáceos en las neuronas y saca a la luz las arruguitas de aquella imagen angelical. Y ahora llega la segunda pintada, la que conlleva que el caballero andante va armado y como dice una preciosa canción griega, amor y muerte matan con una misma espada. En muchos casos el desamor ya había infectado todas las relaciones, por lo que en el crimen sólo subyace el concepto de prevalencia del hombre sobre la mujer. Tanto servicio y tanta entrega a la dama al final se cobra un tributo de sumisión absoluta y anulación de su voluntad mediante el miedo que el más fuerte inculca al débil. Cuando una niña va al cine a ver príncipes de ojos grandes y sonrientes que inician una presunta vida al son de melodías emocionantes ya está recibiendo su ración ideológica. Cuando el niño sale del cuarto para que la hermana haga su cama ya está absorbiendo la suya. Y aún escuchamos con demasiada frecuencia que el vestido blanco señala el día más importante en la vida de una mujer, por encima del de su graduación, por ejemplo. Demasiadas niñas quieren ser princesitas desde su primera comunión y eso revela una sociedad con un retraso ideológico que lleva de la mano la desigualdad social y salarial por asignación fija de papeles en esta tragicomedia que llamamos vida. Es necesario remover la óptica colectiva española para que el machismo no hunda este barco en la miseria moral e incluso económica. En efecto, los caballeros andantes son peligrosos y el romanticismo sólo se salva en unos cuántos poemas. Hay amores que matan porque nacieron muertos.

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