Centro

3 Mar

Los fondos de la Unión Europea han contribuido con más de 50 millones de euros a la humanización del Centro de Málaga, una ciudad a la que molesta su Centro histórico desde mediados de los setenta. El relativo desarrollo industrial de los sesenta edificó barrios populosos que se convertían en zonas casi independientes. A Málaga se bajaba para algunos menesteres muy concretos y además, eso, se bajaba. La mayoría de la población se consideraba de otra parte y en una altitud geográfica apreciable tanto desde el Camino de Suárez, por ejemplo, como desde Avenida Velázquez o Carranque. A partir de la Malagueta ya era zona de veraneo. El caso es que el casco histórico malagueño se convirtió en un callejero incómodo que ningún consistorio desde Luis Merino Bayona ha sabido gestionar con algún criterio. Si me voy hacia los quince años de edad de La Opinión, el Centro ha pasado de ser un escenario para una película sobre el día después del Armagedón, a un escenario mínimo para cruceristas sólo lustroso en algunas aceras de recorrido oficial. En amplias zonas aún persiste ese ya largo hermanamiento con las poblaciones en guerra que existan en el planeta en este mismo instante. Pasee el concejal responsable del ramo urbanístico por Lagunillas, o fíjese que, incluso, en Calle Granada aún quedan derribos con estampas propias de Colonia tras el bombardeo aliado. No es que esa visión sea rara en una ciudad, que ahora mismo no me viene a la desmemoria ninguna, es inaceptable. Tras estos quince años ha sucedido una crisis económica, la llegada de un nuevo siglo y milenio, una expansión loca de la construcción y una entrada masiva de billetes en las arcas consistoriales, previa a otra crisis. Lo que revelan todos estos sucesos, algunos ajenos a la voluntad municipal como el salto de siglo, es la desidia con la que los dos últimos alcaldes, apoyados en los anteriores, han contemplado el Centro y a Málaga, un ente urbano ajeno a la ciudadanía y con una planificación inferior a la que organiza un día en la playa. Los fondos de la Unión Europea han aterrizado sobre un lodazal de ruinas.

Años antes de la crisis, el Ayuntamiento impulsó una política de expansión hacia las afueras con un claro fin recaudatorio y con una también clara miopía. Los servicios de una ciudad medianita como Málaga se han transformado en los servicios caros de una ciudad grande. Mientras más próximos, más barato. Sólo en la gasolina que tienen que gastar transportes, policía o basura han aumentado necesariamente sus presupuestos, dadas las distancias entre Teatinos, las zonas altas de El Palo y Pedregalejo o Sacaba, nombre perfecto para una frontera. El Ayuntamiento olvidó el Centro porque sus intereses especulativos rendían con mayor rapidez y cantidad por obras nuevas y recalificaciones que por la obligatoriedad de expropiar, remodelar, reconstruir y rehabilitar en el Centro. Habría sido penoso, pero los dineros europeos lucirían más y, desde luego, tras el buuuum del ladrillo, la ciudad habría estado presentable de verdad, más humana en sus dimensiones y, sobre todo, más barata frente a tiempos malos como estos que estamos sufriendo. Pero el dinero rápido canta con voz de sirena y el arreglo del Centro entona los cánticos broncos que supone el poner a trabajar una maquinaria jurídica y administrativa que este consistorio, frente al de Sevilla, Barcelona o Vitoria, ni está dispuesto, ni acostumbrado a utilizar. Así se explica que las zonas limpias del Centro vengan acompañadas de un museo o de otro organismo semejante. El resto de calles se convierten en pastizales para ratas, defecatorios para perros o edificios donde el ruido impide su habitabilidad, castigos crónicos desde hace décadas para la población heroica que habita el Centro de Málaga y sus aledaños. Martín Santos calificó a Madrid como una ciudad descabalada porque no tenía catedral. Málaga exhibe una catedral metáfora de una ciudad manquita y sin Centro, paraíso para especuladores y otros buitres de dineros públicos.

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