Desempleo

17 Feb

Las inauguraciones del CAC, el viernes anterior, junto con la muestra fotográfica de Javier Hirschfield en la cercana galería Barbadillo, me convirtieron calle Alemania en un punto de encuentro de buenos amigos. Teníamos que santificar esa fiesta, según mandato divinal, como lo hacemos en España, esto es en los bares y con sus destilados y con su tapeo, esa deliciosa forma andaluza de no comer, como en una ocasión me dijo Luis Antonio de Villena. Un magnífico himno a la alegría y a nuestra cultura mediterránea se dispuso para ser representado por el Centro de Málaga. El escenario estaba dispuesto. Precisemos las acotaciones del guión. Noche agradable en ciudad cuyos habitantes quieren ahuyentar penas. El argumento se resumía en la palabra alegría por el reencuentro. Cada uno de los actuantes sabía su papel a la perfección. Pero como sucede con el cine español en general siempre falla algo. Aquella noche el servicio no fue el adecuado. Muchos camareros de Málaga ganarían una olimpiada de hostelería allí donde fuera menester. Yo he visto cómo una sola persona atendía una barra atestada en un bar de polígono industrial a la hora del desayuno. Siempre recuerdo a Manolo que, en la trinchera de su taberna en el Rincón de la Victoria, se enfrentaba como Gary Cooper ante las peticiones de los cincuenta clientes que allí podíamos estar. La pretensión de cualquier negocio es ganar dinero pero, con frecuencia, se olvida que una muerte por éxito es tan cruel como la que ocasiona el fracaso. La noche del viernes, cuando una buena parte de la ciudadanía malagueña exhibió ese carácter nuestro tan callejero, vi camareras y camareros correr con toda su profesionalidad para que una buena parte de ese público quedara insatisfecho. Como cliente de cualquier establecimiento, lo mínimo que exijo por los precios que pago es que entre plato y plato no se me quiten las ganas de comer por aburrimiento. Igual me molesta quedarme con el vaso en alto, como si fuese la hermana borracha de la Estatua de la Libertad, durante un tiempo más allá del prudente. Málaga vive de la hostelería y sector servicios, lo que debería implicar no sólo una especialización que poco a poco se instaura, sino una efectividad en la que aún no estamos, parece, concienciados.

Ayer domingo, La Opinión publicó una magnífica entrevista a José Ignacio Goirigolzarri, presidente rescatador de Bankia a quien avalan las cifras que ha conseguido reponer en mitad de la que iba a ser la tormenta que hundiera el sistema financiero español. De todas sus afirmaciones se centra en las reformas necesarias para cauterizar la sangría del desempleo. Desde luego, algo no funciona en España, igual que algo olía a podrido en Dinamarca, según frase shakespearana que no era errónea. En España se puede contratar a alguien por horas, por días, casi por minutos, sin que la relación laboral se convierta en una especie de mal matrimonio que trinque por el cuello al contratante. En el caso de la hostelería de calle, a la que antes aludí, si el parámetro de la calidad en el servicio estuviese entre los prioritarios, ese tipo de contratos servirían para meter unos billetes en el bolsillo de muchas familias. No es una situación ideal, es lo que hay. Pero el cliente se encuentra que ni eso siquiera. Cuando en Estados Unidos tienen paro hablan del 7%, cuando en España teníamos trabajo, con la maquinaría del ladrillo a tope y el dinero con préstamos exprés, nos referíamos al 8% de desempleados y durante pocos meses. Muchos factores tienen que confluir para que la situación sea tan desastrosa y tan enquistada en una sociedad nuestra que no es capaz de resolver esta tragedia estructural, recurrente como los piojos. Según mi experiencia, la mejor atención al cliente la he vivido en el País Vasco. Algo más caro que Málaga, tampoco tanto, donde el camarero se desvive por el bienestar de su clientela. Sin duda, el peor sitio que pisé fue un restaurante comunista. Un almuerzo podía durar unas insufribles cuatro horas. Aquí el camarero se convierte en el mártir de unas carreras con las que todos perdemos por esa actitud contraria a equilibrar el número de trabajadores con el de clientes.

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