Los pilares sobre los que se asentaba el falso desarrollo económico que consistía en asfaltar la Península Ibérica van cayendo. Comenzó con algunos negociantes inmobiliarios, continuó con allegados a la política que se aproximaron más de la cuenta a los cantos de sirena de los billetes y ahora le toca el turno de revisión a los sindicatos. Ni todos los empresarios de la construcción, ni todos los políticos, ni todos los sindicalistas son iguales, pero estos incidentes descorazonan al ciudadano que cada vez confía menos en menos recovecos de su sociedad. Todo lo ensucia el dinero que, encima, casi todo es prestado. Cada vez que se ha producido alguna imputación de cualquiera de esos agentes sociales, ha abundado una insultante falta de originalidad a la hora de esgrimir argumentos de defensa propia. Quizás el más usado haya sido el que alude a la teoría de la conspiración contra unos u otros intereses. Así, por ejemplo, cuando los medios han publicado informaciones que apuntaban hacia prácticas contables e incluso vitales más que dudosas por parte de la UGT, con lo primero que se despacharon los líderes sindicales para quitarse el problema de encima fue con la alusión a una campaña de desprestigio sindical orquestada desde las fuerzas reaccionarias de este país. En esos momentos de tensión es cuando una persona demuestra de verdad lo que es. Y la verdad es que la cúpula ugetista andaluza se ha comportado con una desalentadora falta de sensatez y de ética. Ante una posible acusación falsa, lo primero que hace una institución de ese tipo es dirigirse al juzgado de guardia a la vez que hacia una rueda de prensa en la que se aclaran las dudas de un modo inmediato. El silencio frente al martirio sólo queda propio en las biografías de los santos, no en el currículum de una pieza del rompecabezas público acusado de gastarse en gambas, fino y bolsos los dineros públicos, prestados, que se tenían que destinar a otros menesteres. El denominador común a todos los que han asaltado el tesoro colectivo de un modo u otro es su creencia en la impunidad. Si no, no se explica tanta torpeza.
Ya digo que en los malos momentos es cuando se comprueba la calidad de cada quien. Ante una imputación judicial como la que realizó la juez Alaya, incómoda para demasiada gente por realizar su trabajo, hubiera quedado muy digna la convocatoria de una manifestación para que la Junta multiplique los medios de ese juzgado y así se puedan dirimir los asuntos de los ERE de una vez. Una imputación no equivale a una condena, ni una sentencia de culpabilidad. Los insultos y abucheos a la juez en plan mafioso sí parecen presagiarlas. Ninguna ética sin estética sentenciaban los romanos. Además de la cazadora de pana hay que saber vestir el traje con corbata y usar el maletín con documentos de defensa y el código jurídico. Cualquier otro tipo de acción sólo arroja sombras de duda. A UGT de Andalucía no le ha quedado una sola torpeza por cometer en este episodio. Silencio en lugar de respuestas, retraso en la toma de decisiones hasta enero por si los Reyes Magos borrasen las facturas, insultos a los medios de comunicación y una actitud coactiva y opaca en vez de conciliadora y transparente. Todo esto ha sido realizado por cargos con responsabilidades sociales amplias y determinantes para la buena marcha del país. Si las acusaciones vertidas por la prensa hacia este sindicato fueran ciertas demostrarían que los primeros interesados en que nada cambie en la administración pública serían esos mismo líderes de los trabajadores convertidos en zorras que van a cuidar a unas gallinas de las que chuparán sus gambas, complejos vacacionales, viajes y buenos hoteles además de bolsos de imitación. El interés privado se sitúa por encima del interés público. Cuando luchan contra la disminución de los gastos estatales uno ya no sabe si pretenden ser consecuentes con sus ideas, o buscan mantener el corral con algún pollo asado dentro. A ver si nos enteramos.