El diario alemán “Der Spiegel” ha emprendido una cruzada contra la siesta, un vicio propio de gentes sureñas, alejadas por su raza y medio de las virtudes con las que dios premió a los rubios del norte. Cuando uno rasca un ruso aparece un campesino dentro. A algunos alemanes les sale el ario por la boca. Con Merkel al frente, contemplan a los mediterráneos como un pueblo corrupto de por sí, más que como sociedades que han padecido gobernantes que no quisieron ver que aquellos euros insuflados por, entre otras, la banca alemana en sus economías, no eran más que un trampantojo que acarrearía las consecuencias que ahora sufrimos. Los pueblos pagan la torpeza de sus políticos; los españoles hemos padecido a los más inútiles de la clase. Alemania ha ganado la guerra e impone su visión del mundo al resto. Y sin tapujos. Nadie con unas mínimas luces diría que los alemanes son unos nazis, así a bulto; sin embargo, en algunos diarios alemanes cunde, ya con cierta frecuencia, la costumbre de lanzar a la cara lo que ellos consideran defectos de una nación completa y sin matices. Ahora, la siesta. Alemania es, para mí, al menos, la gran madre de Europa. Lutero, Kant, Leibniz o Marx, junto con Bach, Beethoven o Goethe forman la sangre de nuestro pensamiento colectivo europeo, que para mí también existe. Hubo un tiempo en que Alemania sentía una inmensa admiración por la cultura greco-latina; la obra de sus filósofos hasta casi el siglo XIX está escrita en latín, lengua tan lejana de la suya como parece que están ahora los afectos mutuos entre el norte y el sur de Europa. En realidad las guerras son sólo coyunturas económicas en las que unos luchan por el pan y otros por poseer aún más pan. Para que un pueblo justifique la necesidad de la batalla necesita ser convencido de que el otro es malo, feo o significa una amenaza. Así, una parte, y repito, una parte, del pueblo alemán, desprecia todo lo sureño por mucho texto romano, mucha ruina griega y mucha alegría española que haya bebido, visitado y leído. Merkel ha convencido a sus seguidores de que los países del sur representan la ruina para una Alemania que ya pagó la última letra de la deuda de guerra y que ahora puede caminar hacia el III Reich sin pegar un solo tiro, y este sí puede durar mil años, con la bendición del capitalismo internacional.
Y así nos ven, gente canalla a la que hay que meter por vereda y de eso en la historia alemana, no en el pueblo alemán, hay episodios muy ilustrativos. La ideología es la mayor enemiga de la idea. La deforma en moldes e impide su desarrollo libre. La ideología es la tijera que poda al bosque hasta humillarlo en seto. Angela Merkel nació en la RDA y además era hija de un pastor luterano. Más espartana que los trescientos de Esparta juntos. Nunca le he visto pendientes y apenas se concede la mínima coquetería con sus trajes o zapatos. Funcionalismo y un peluquero inspirado por retratos góticos masculinos. Ante ese currículo, la siesta aparece como la sífilis del espíritu y la piedad como una purulencia contaminante del deber. Pero una gran parte del noble censo alemán la vota y es lo que hay. Esa hora sexta, que a Kant tanto gustaba dormir antes de la tertulia de la tarde, ha sido tachada como podredumbre sureña por un concepto de la existencia. La prosperidad de Estados Unidos se debe en gran parte a la valoración de la idea, venga de donde venga. Si funciona, funciona. El tiempo es oro, y hay que saber gastarlo. En el Empire State se instaló una empresa de siestas, Metro-nap, con unos sillones como cápsulas que demuestran la sabiduría de nuestros padres romanos. Tras una mañana de trabajo, ese sueño repara las neuronas y evita que uno tenga la mala leche que ahora tanto fluye por las redacciones de algunos periódicos y algunos políticos alemanes. Nunca me fío de místicos e iluminados. Y ahora me voy a imitar a los trabajadores japoneses, a quienes sus empresas obligan a dormir la siesta para que rindan más. Este sueño de nombre latino se va a convertir en bandera contra la pesadilla ultra-ascética de los bárbaros del norte.