Turismo gastronómico

3 Jun

Según parece, la Costa volverá a llenar la despensa de los malagueños este verano. Entre los curiosos monumentos del paseo marítimo de Fuengirola echo en falta la representación de un inglés con una pinta de cerveza en la mano. La necesidad de los europeos, británicos todavía incluidos, de sol, playa y diversión continúa siendo la fuente de ingresos más firme de esta provincia a la que tanto cuesta diversificar su productividad. Lo cierto es que, tras muchas décadas y a pesar de los miedos y malos augurios de algunos momentos, el rebalaje sigue siendo el imán más efectivo para los euros, libras, dólares y rublos que, al menos durante meses, generan empleo y mueven nuestra economía. Cada uno entiende las vacaciones como quiere. La Costa aún padece un exceso de demanda para unos meses concretos durante los que esas criaturitas blancuzcas de allende los Pirineos consiguen en su piel el tono rosa de un langostino sobre la plancha. La asignatura pendiente es la minimización de ese efecto de estacionalidad contra el que se pelea desde hace tiempo pero al que no se derrota. Es necesario potenciar el turismo “indoor” y perdónenme el anglicismo. La Costa está desarrollando una red cada vez más amplia de piscinas con agua cálida que conllevan tratamientos de belleza y corporales que, en temporada baja, salen por un precio que puede atraer a un cierto tipo de viajero a la busca de unos días de bienestar con los que reponerse. Si ello se combina con la oferta cultural que casi se centra en la capital, Ronda y Antequera, la idea de una escapada invernal hacia estas tierras se vuelve más atractiva. Sin embargo, aún quedan segmentos con un amplio margen para su desarrollo, por ejemplo, el turismo gastronómico. Cuando el viajero pasea por el País Vasco, Rioja, Navarra o Cantabria, siente ganas de comer. Cualquier bar popular tiene una cocina de varios tenedores que se exhibe sobre el mostrador. El Norte de España dispone de un eficaz pregonero en su prestigio culinario a pesar de que no dependa del sector turístico tanto como nosotros para su supervivencia.

Imaginemos al turista que quiera pasar unos días en Málaga capital. Las sugerencias que saltan a la vista en cualquier caminata por el Centro son repetitivas en las cartas y es muy fácil ir de barra en barra para encontrar más de lo mismo. Ibéricos, ensaladillas y fritos asaltan una y otra vez al turista que en breves horas descubre el valor del anti-ácido en la maleta. Entre el espeto, una clara gloria nacional, y el restaurante de mantel y cristalería fina, hay poca oferta que sea atractiva más allá de algunos establecimientos que han logrado permanecer fieles a una estética más entroncada con lo local y a unas tradiciones. Uno puede encontrar buenos restaurantes en el Centro, pero es más difícil descubrir bares aceptables que destaquen por su tapeo y por permitir al bolsillo del turista una cierta holgura en el presupuesto. El atractivo de la cocina de un lugar no se mide tanto por esos establecimientos punteros a los que las guías gastronómicas conceden estrellas, sino por la cantidad de restaurantitos y fogones a los que esos mismos críticos, junto con el boca-oreja, recomiendan acudir. Si comparamos Málaga completa con Bibao, por ejemplo, descubriremos que las sugerencias para moverse sólo por aquella ciudad ocupan 5 páginas, mientras que las nuestras sólo llenan 3 para toda la provincia. Bilbao vive del sector industrial y Málaga del de servicios. La cantidad de negocios de restauración y bar de Málaga multiplica por tres la de Bilbao. Abundancia no significa calidad. En estos tiempos de crisis, muchas familias se están reconvirtiendo hacia la hostelería, en ocasiones, sin un criterio claro del tipo de local que pretenden. Los institutos, junto con las escuelas hosteleras malagueñas, forman magníficos profesionales a los que el viajero percibe apenas se sienta en la mesa o se aproxima a la barra. Sin embargo, esta no es la norma, al menos, en una determinada escala de precios. Y aquí los dejo, que me está entrando hambre.

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