Becarios de investigación

27 May

Al mismo tiempo que la UMA, junto con otras muchas instituciones, está alertando sobre la difícil situación en la que los recortes presupuestarios ponen a los investigadores en toda España, el Ministro Wert introduce una nueva legislación educativa que pretende erradicar el fracaso escolar y, de paso, cumplir los acuerdo con la Santa Sede, asunto de igual importancia que el primero. Fue mi amado Unamuno quien soltó su frase sobre que inventen ellos, los europeos, no los ibéricos. Él estaba preocupado por la existencia de Dios y casi imaginaba España como un enorme convento dedicado a la producción y exportación de la teología intensiva. Los caminos inexplicables condujeron a que nuestro país se sostuviera durante una década sobre una burbuja, cosa muy mística. Si los diferentes gobiernos, incluido el del Aznar el Salvador, hubieran tenido buenos asesores, o los gobernantes hubieran sido inteligentes, incluido Aznar el Salvador, la burbuja se podría haber consolidado como aquella esfera de mármol que durante muchas décadas se encontraba en los jardines de la Universidad de Columbia (Nueva York), regalada por un grupo de antiguos alumnos como agradecimiento a la formación recibida. Durante los años de la fiebre del ladrillo, las inversiones no se dirigieron a blindar la investigación en España. De la calidad de nuestros investigadores no se puede dudar. En los laboratorios de Alemania, Gran Bretaña, Singapur, Korea, Japón o Estados Unidos son acogidos con los brazos abiertos. Falla, pues, el diseño de la sociedad española. El Estado de Israel, unas tres veces la provincia de Málaga, invierte más del 4% de su PIB en investigación, con un total en millones de dólares que alcanza la mitad de todo el presupuesto español que sólo llega al 1,3% del PIB. Israel se ha convertido en pocas décadas en una potencia mundial, con una independencia tecnológica que impone su voz en cualquier foro. Korea es otro ejemplo de cómo la confianza en el trabajo y en el estudio enriquece a una sociedad. Se convirtió en competidora de España. Recordemos aquellas reconversiones industriales de los 80, no por culpa de Korea, sino de la cerrilidad española. Camarón que se duerme, termina en un wok.

El viacrucis de un investigador comienza al finalizar la Universidad. Tras presentar sus proyectos e integrarse en un grupo de investigación, recibe una beca renovable por varios años que le permite especializarse en una materia concreta. Nada de lujos, por supuesto. La necesidad agudiza el ingenio. Luego, los ensayos se convierten en tesis y puede recibir una segunda beca que le procure cobijo durante un par de años más. Una mano mira al cielo, la otra en el cajón del pan. Tras un expediente brillante, tras una investigación solvente y a las puertas de los 30 años, la o el becario de investigación no tiene seguridad laboral ninguna. La sociedad española desaprovecha la inversión realizada en profesionales de altísima cualificación. Con las cuentas en la mano, es más rentable la vida de quien se marchó a cargar sacos a las obras en su adolescencia, que el sacrificio que exige investigar en España. El fracaso escolar que busca mitigar Wert con una ley, no es sino el fracaso de diseño de la sociedad española que no ha sabido dónde invertir el dinero, ni dónde se generan las ruinas. Estamos becando partes de la investigación alemana, británica o americana. Los recortes en investigación obligan a pagar ingentes sumas por derechos de autor a otros Estados, aumentan la dependencia tecnológica, menoscaban la independencia nacional y hunden la industria por mero atraso. Aquella esfera que los alumnos regalaron a la Universidad de Columbia ejemplificaba la solidez de una sociedad que siempre ancló sus cimientos sobre la sabiduría y el estudio. Los cinco millones de parados de España explican al mundo lo que consigue un crecimiento provocado por la especulación y el humo de las cifras bancarias. Los jóvenes investigadores hacia laboratorios en el extranjero exilian nuestro futuro en sus maletas.

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