La semana anterior fue presentada la nueva programación literaria del Centro Cultural Generación del 27, como ya he escrito más de una vez, una de las instituciones malagueñas más respetables y respetadas dentro y fuera de Málaga. En este mal curso de recortes, cuando nuestros gobernantes desprecian las inversiones en cultura como bien de tercer o cuarto orden que sólo generan gastos, por suerte aún quedan reductos de lucidez y de generosidad que redundan en el bien común. En estos días tan necesitados de ese bien común. Uno de los ciclos literarios, el llamado “A cielo abierto. Páginas de literatura universal” enjoyará nuestra provincia durante los próximos meses con escritores internacionales de primera fila, entre los que figura el premio Nobel, Tomas Tranströmer, o uno de nuestros andaluces de ambos continentes, José Manuel Caballero Bonald, junto a otros españoles que, además, nos traerán sus versos en toda la rica variedad de las lenguas de España. Un tesoro de autores y estrofas que rimará el paisaje de Málaga con cualquier espacio de prestigio y cultura mucho más allá de las propias fronteras, y por encima de los tópicos que nos dibujan como una especie de playa caribeña europea para turistas de todo a 1 euro. Así se trabaja por la Marca España, o por la Marca Málaga. Esto es una promoción de nivel que da brillo al nombre de esta ciudad, en parte financiado de modo inestimable y generoso por el americano Dickinson College, con el que Málaga tiene una deuda de gratitud de la que, como ciudadano, espero que nuestras autoridades sean conscientes. El Dickinson College (Carlisle, Pensilvania) es la más antigua universidad americana de humanidades. Data de 1783, aunque su fundación como como un “Grammar School”, algo parecido a las antiguas cátedras de gramática españolas, se produjo diez años antes. El Dickinson College llegó a este mundo de la mano del Doctor Benjamín Rush, y de una filosofía de vida que situaba la búsqueda de la dignidad y libertad de los individuos en el primer plano. Bajo esas premisas nacieron a la vez los Estados Unidos y esos campus universitarios sin los que aquella sociedad jamás habría alcanzado su rápido y gran desarrollo. Rush fue testigo de la firma de la declaración de independencia de las colonias británicas, y John Dickinson firmó la Constitución americana que confía en Dios, pero también en sus universidades.
Esa visión ilustrada y humanista de la existencia continúa dando frutos siglos después, tal vez por azar, tal vez por destino, en Málaga que siempre ha tenido una curiosa relación con Estados Unidos. El comienzo de la amistad no pudo ser más temprano, Bernardo de Gálvez ayudó al incipiente ejército de rebeldes norteamericano, mediante la derrota de los ingleses en la batalla de Pensacola. Agustín Heredia labró gran parte de su fortuna mediante el comercio con Norteamérica, y no fueron pocas las familias que, desde aquellas tierras, se establecieron en la Málaga comercial e industriosa del siglo XIX. De regreso a nuestros días, Dickinson College ha abierto un nuevo camino en estas relaciones gracias a esa fraternidad que cultiva con la UMA y otros organismos culturales y docentes malagueños desde hace más de 15 años. La inversión en cultura, vista como un desperdicio por parte de muchos de nuestros responsables públicos, constituye uno de los métodos más certeros para que el prestigio de una sociedad, no la fama que es otra cosa, atraiga viajeros e inversiones. Nombres como Picasso, Altolaguirre, la Revista Litoral, la Universidad o el Centro cultural G. del 27, por dibujar varias cimas en un horizonte muchísimo más amplio, han hecho tanto, o más, por el desarrollo malagueño como los billetes transformados en ladrillos, que construyeron pan durante un tiempo y hambre para mañana, que es hoy. Agradezcamos al Dickinson College esa labor protectora de la literatura y ese principio altruista con el que se conduce desde su fundación, y que tanto bien han significado para Málaga.