La empresa malagueña Isofotón pretende un ERE, eufemismo de despido. Según sus actuales propietarios sobra la mitad de los trabajadores. Quizás falte la mitad de la plantilla dedicada a la venta del producto. Quizás sobre la mitad de los gerentes o todos. Con Isofotón vuelve a aparecer un modus operandi que con frecuencia se repite en el tejido empresarial andaluz, donde tal vez sea exagerado hablar de empresa respecto a más de la mitad de las firmas del registro mercantil. La Junta, tan aficionada a las subvenciones, entrega un dinero al empresario que, luego, como en la letra de Danza Invisible, por ahí se escapa, por ahí se pierde, por ese camino del que nunca vuelve. Isofotón ha recibido ayudas públicas, Isofotón tendría que responder de la gestión de esos dineros, como debería de suceder con cualquier otra empresa que reciba un euro de la Junta. La crisis justifica todo. Volviendo la mirada hacia otras tierras, en la esquina del mapa andaluz se encuentra Santana Motor donde no creo que nadie conozca cuánto dinero público se ha ingresado entre sus paredes. En el país que más coches fabrica y exporta de toda Europa, Santana se ha ido hundiendo, eso sí, sobre un mullido colchón de billetes. En el país del sol, y cuando las energías renovables crecen en el mundo, Isofotón se desploma y argumenta que el Estado ha suprimido las subvenciones a las energías renovables. Para montar una empresa andaluza se ve que, o se subvenciona el proceso, las ventas, las representaciones, la investigación y los sueldos de los empleados, o no se hace. Y una vez puesta en marcha se cierra aunque el sector productivo al que corresponda sea beneficiario a nivel mundial. ¿Para qué trabajar? En Andalucía sobran más de la mitad de las subvenciones y mucho más de la mitad de los empresarios que, según se ha demostrado con esta crisis, no eran más que especuladores bajo palio de la Junta. Queda una mitad loable y honrada, que todos los días madruga y arriesga su capital para dar de comer a los suyos y a sus trabajadores. Ni están subvencionados, ni son suficientes para sacar a Andalucía de la pobreza.
Un empresario es otra cosa. Se ve que nace, crece y se reproduce de modo significativo al norte de Despeñaperros y al este de Puerto Lumbreras. Aquí, al igual que las poblaciones de lince, se encuentra en hábitat dispersos y con una existencia fugaz. Los pequeños sufren para crecer. Cuando llega algún gran ejemplar foráneo, como Roca o Pickman, por más que parezcan aclimatados al terreno siempre acaban marchándose y casi nunca otro ocupa su madriguera si la Consejería no le ofrece antes dinero. De ahí la actitud mendigante con que se debería dibujar al Hércules del escudo. Si uno se fija en el Levante español, por ejemplo, su tejido empresarial se regenera con rapidez. La tierra de Castellón es arcilla como casi toda Andalucía. Desde allí se exporta cerámica a todo el mundo con marcas de prestigio; aquí el barro se vende en formato botijo para turista ex-soviético o neo-asiático. Y Pickman ya podría haber variado sus diseños en más de un siglo. Un frutero valenciano, Vicente Cañada Blanch, abrió una tienda en Londres. Con las naranjas que vendió no sólo activó parte de la economía de su reino chico, sino que fue benefactor del instituto español donde hoy estudian los hijos de nuestros emigrantes londinenses. Conocí a un joven empresario alicantino. Sus abuelos tenían telares y él se patea Nueva York para vender esos tejidos de familia que visten las zapatillas veraniegas de 3000$. Sus padres invirtieron en su educación el mismo dinero que se podrían haber ahorrado si lo hubieran dejado allí en el pueblo, absorto en esa nefasta filosofía de que el buen paño en el arca se vende. Sobran la mitad de los empresarios andaluces que ni tienen preparación para gestionar las exportaciones, ni la ambición de que su empresa dure más allá del pelotazo. La empresa vasca, catalana, gallega, valenciana o mallorquina, se ancla a su tierra porque nace de gentes que pretenden beneficiar a sus vecinos. Las compañías andaluzas exhiben en demasiadas ocasiones actitudes de gigoló. Mientras la Junta pague, aquí estarán dando besitos y celebrando la autonomía. Insostenible.