A la hora en que escribo, los resultados de las elecciones catalanas muestran un aumento de la participación ciudadana, una leve caída de CiU, junto con un severo deterioro del PSOE, cuyo voto parece que, al menos en parte, ha emigrado hacia ER, un efecto del desmoronamiento socialista que podría tener consecuencias graves en la gobernabilidad de Cataluña y de España. Unas elecciones cruciales. Un Estado con tensiones soberanistas ofrece una pésima imagen hacia el exterior. Si se trata de Gran Bretaña o Canadá, las repercusiones políticas, sociales, incluso sentimentales, de una secesión territorial se disolverían en los mínimos ajustes económicos que para el pueblo llano tendría una aventura de este tipo. Quebec o Escocia son países con igual solvencia que el tronco del que se desgajarían que tampoco sufriría perturbaciones significativas. Desgraciaíto el que come por mano ajena, siempre mirando la cara, si la ponen mala o buena; reza la letrilla flamenca. Ni a Cataluña ni al resto de España conviene el fuego avivado por Artur Mas. Tenemos la península completa en arriendo forzoso a la banca internacional. Mientras menos manchas vean los inversores en el traje de mendigar, mejor. Sin embargo, el ascua que el pijerío catalán ha lanzado hacia un leñero, ha prendido en otro pajar más inflamable. Ahora veremos quién y cómo modera el incendio. El PSOE arrastra un despiece electoral crónico que se niega a reconocer. Curar la herida significa amputar cabezones. Una gran parte de la ciudadanía española, catalana incluida, considera que Rodríguez Zapatero, junto con su gobierno, es el responsable de haber entregado el país a la ruina de los préstamos. Ni gobernó, ni administró con sensatez el dinero, ni supo preservar la independencia financiera de España. Montó una especie de ONG en vez de un gobierno y quemó o permitió que quemaran todos los euros que entraron en las arcas públicas. Estamos en manos de los dictámenes de la banca internacional y el único culpable es el peor primer ministro que ha tenido la democracia española. Frente a tal desastre, el PSOE sigue con Rubalcaba al frente a nivel nacional y con casi los mismos pilares que Rodríguez Zapatero tuvo en las diferentes trincheras que hoy trazan la senda del perdedor.
Hace mucho frío fuera de los despachos y mucho dirigente socialista no sabría qué hacer en la calle, sobre todo, con la de paro que hay y lo cara que está la vida. Se hace difícil la transición del zapato con Zapatero a la alpargata. Esa desvertebración socialista conlleva una desvertebración de parte de España como hemos visto en el País Vasco, ahora en Cataluña y antes en Andalucía. El rechazo ciudadano hacia esas siglas de izquierda moderada promueve el voto hacia posiciones más radicales. El PP asusta no sólo por sus reformas, sino por sus postulados morales de catolicismo rancio y de regusto opusino. El votante socialista opta por cualquier otra papeleta antes que la de Rajoy. Se encuentra entre la espada, con la que tendrían que haberse hecho el harakiri los antiguos dirigentes socialistas, y la pared de la derecha vetusta española. Este naufragio ideológico perjudica a España aunque pueda constituir motivo de alegría para convergentes, peneuvistas y populares. Es necesaria una urgente remodelación socialista que salde las cuentas con el pasado y abra las puertas a una alternativa política que no sólo vigile los pasos del Gobierno, sino que ofrezca a la ciudadanía unos caminos creíbles por los que España escape menos escaldada del caldero. Hoy comienza una nueva etapa en el devenir histórico de Cataluña y España. Esperemos que también hoy se inauguren los derribos para un nueva y necesaria casa socialista.