Mientras leo el periódico en esta calurosa mañana de domingo, oigo en la radio a un corresponsal alemán que habla sobre España, desde un cariño que ya quisiera a veces uno oír entre españoles; a la vez que desayuno un té con galletas inglesas que nada tienen que envidiar a nuestros dulces, salvo en el diseño del envoltorio lo que me empujó a comprarlas. Este es el mundo que nos ha tocado vivir, interrelacionado al segundo; las premoniciones hechas certeza de Marshall McLuhan que apuntaban hacia esta aldea global puro presente. El hombre sigue siendo un lobo para el hombre en el tercer mundo; en el nuestro, el hombre es un vendedor agresivo para el hombre, de esos que meten el pie entre la puerta y te amenaza con fotos de tu hija en el colegio si no le compras la aspiradora. El lobo ya no se come a Caperucita, la prostituye en el bosque, y el cazador la salva pero la prostituye en un polígono, mientras enjaula al lobo para que los turistas japoneses le hagan fotos. Así es el cuento en que vivimos y no hablo sobre las hadas para que los niños no lloren. El corresponsal alemán, del que no he oído su nombre, trabaja para unos veinte medios de su país desde hace más de 25 años. Explica que en Alemania ahora interesa todo sobre España y le demandan informaciones sobre los incendios, playas, economía, por supuesto, y sobre cada paso que damos. Indica que, a pesar de lo que el discurso político aparenta, la visión del alemán medio hacia España aún es amable, lo que no sucede con Grecia, y que él cree que los españoles estamos pasando por una fase de pesimismo que nos lleva a no contemplar las posibilidades de nuestra sociedad. Reconozcamos que es muy difícil tener fe en nada cuando la tarjeta de desempleo sustituyó a la de crédito hace meses. Los años dedicados a la construcción cercenaron caminos de desarrollo que ahora, en mitad de la tormenta, hay que desbrozar y habilitar, lo que se hace una misión de titanes si los bancos no aportan capital a las empresas, el gran obstáculo de una crisis.
Málaga no es sólo una franja de 150 kilómetros de largo entre Nerja y Manilva; la provincia por suerte alberga muchas posibilidades en otros sectores como, por ejemplo, la viticultura cuyas dimensiones son aún ignoradas por los propios malagueños. Málaga exportará más del 40% de los vinos para los que ahora se está realizando la vendimia que, según los indicios, será excelente. Los vinos malagueños han alcanzado una calidad que les permite competir con dignidad con otras denominaciones de los vinos de España, donde quien esté embotellando alcohol peleón está destinado a hundirse con sus barricas. Las facultades de enología, junto con la maquinaria de climatización están operando el milagro de conseguir buenos tintos en Álora por ejemplo o en Mollina, por no hablar de los viñedos de autor en la ya consagrada tierra de vinos que es Ronda. Sabores nuevos e interesantes con una aceptación rápida en el exterior que aún no están promocionados con determinación en nuestra propia tierra. Toda esa avenida costera plagadita de hoteles y bares podría constituir una excelente pista de despegue para esos vinos de Málaga que, en la mayoría de los casos no son productos baratos a cambio de un paladar agradable. Sin embargo, las cartas de restaurantes que incluyen etiquetas malagueñas representan un porcentaje demasiado bajo y aún se escuchan en las barras aquello de “ponme un Rioja” o “un Rivera”, porque los málagas se desconocen. Una zona vinícola como esta tiene unas oportunidades de negocio de las que carecen otros mercados. Su nombre ya evoca el vino que se exportaba desde los montes hacia toda Europa antes de que la filoxera casi acabara con la ciudad, y además los diferentes vinos de Málaga pueden acompañar todo tipo de comidas, incluidos los postres, lo que no sucede con casi ninguna denominación. Falta confianza en las posibilidades de esta tierra y conciencia de que en un mundo como en el que vivimos el buen paño no se vende en el arca.