Hoy lunes se ha acabado la fiesta y ahora llegan los mismos debates de cada año, como ayer escribió en este periódico José María de Loma. Una legión de estudiantillos habrá marcado en el calendario del teléfono la fecha de hoy como inicio del recogimiento necesario para preparar los próximos exámenes de septiembre. Mejor empezaremos mañana que hoy el cuerpo pide descanso y en los oídos aún ululan sirenas, hamburguesas y tómbolas, metáfora en luces de cualquier vida. La mayoría de los ciudadanos se recluirá por prescripción facultativa de la tarjeta bancaria. Los números rojos recuerdan ahora los excesos de la semana que pasó entre risas y francachelas. Así llegan de traicioneros los finales de fiesta, pero llegan. Ahora viene el momento de la reflexión y como indicaba aquel texto bíblico, seguro que muy del gusto de la kaiseresa Merkel, el lloro y el crujir de dientes frente a la inminente temporada otoño-invierno que se inaugura en Málaga antes que en lo grandes almacenes con este vuelco equinoccial que marca su final de feria. Faralaes al tinte, pies a la palangana y regreso a la intrascendente miseria nuestra de cada día. Por lo pronto la crisis no se ha ido enfangada entre vasos de plástico y botellas rotas. Las semanas anteriores habrán metido en la carterilla de muchas familias unos euros para estirarlos como chicles de segunda mano hasta las navidades que este año se prevén simbólicas y espirituales más que en efectivo y pecaminosas. Con dos pespuntes las bragas y los gorritos rojos lucirán como nuevos un diciembre más. Entre aspirinas y cafés que permitan superar con cierta dignidad la resaca de feria, uno se desayuna con la realidad cara a cara como una antigua novia que te observa en el bar. Tras cinco años de crisis, Málaga cuenta con diez mil empresas menos y cien mil parados más. Y por ahora con un imposible arranque del motor que está sin su gasolina; los bancos no tienen dinero porque sus directivos se lanzaron como locos a financiar proyectos de pelotazos urbanísticos. El gobierno, que está para gobernar, no impidió que los créditos se concedieran por el 120% del valor de un inmueble ya sobrevalorado. Cuando llegó el fin de fiesta aquí está la vomitona de la borrachera. El Estado no tiene dinero, los bancos tampoco, las empresas menos y usted mire en su bolsillo y si quiere en el mío por si encuentra algo.
Con todo, lo peor de los vicios alentados en tiempos anteriores está por venir. La sociedad española en general, sin excluir a la malagueña y malacitana, se ha acostumbrado a la subvención como método empresarial. En el país de las subvenciones, la cultura está subvencionada, el deporte, las minas, la pesca, la agricultura, la educación, la ganadería, la energía, los sindicatos, los partidos, las asociaciones, y uno se pregunta qué es rentable en España. Los mineros se manifiestan, los jornaleros se manifiestan y los artistas se quejan. Junto a esto, un gran número de jóvenes se lanzaron hacia las obras y abandonaron su formación en niveles inferiores al graduado escolar, lo que les impide acceder a una formación profesional que recicle sus saberes y les conceda otra oportunidad en el mundo del trabajo. La preparación de nuestra juventud se demuestra en el hecho de que cuando acuden a empresas en el extranjero son contratados como obreros cualificados. Nadie sufre porque quiera pasarlo mal, pero una gran parte de nuestra sociedad aún espera que la solución a sus problemas laborales llegue como una vuelta a la etapa anterior y eso no va a suceder; ni construcción desaforada, ni subvenciones con la generosidad del que gasta lo que no es suyo y arruina a todos. La iniciativa empresarial es muy débil en nuestro país. Ahora, cuando se quiere activar como si resucitáramos a un zombi, no hay dinero en los bancos que insuflen sangre por el cuerpo del difunto. Un asfixiante nudo gordiano del que nadie puede decir, como aquel personaje de Valle Inclán, que lo corta con su navaja barbera. Fin de fiesta. Habrá que despabilarse.