Una humanidad enferma

13 Ago

Hoy lunes de feria prefiero dirigir la mirada hacia asuntos terrenales más allá de la actualidad que en platos burdos nos entrega el dragón de dos cabezas de políticos y financieros. No sólo de la denuncia de los muchos ineptos que nos gobiernan vive el articulista, también de lo que manga por los supermercados sin estar sindicado ni nada de eso, en solitario que es como pelean los valientes, y de forma anónima que es como actúan los humildes. Ahora mismo, sin ir más lejos, estoy luchando contra el hambre en el mundo comiéndome un salchichón del que no les explico cómo lo disimulé en mi cuerpo hasta llevarlo a la mesa. Hoy lunes algo más jocoso en Málaga que otros lunes -que nunca tienen gracia por razón de su lejanía al sábado- prefiero conservar su respiro lúdico. Si alguien estudia nuestra publicidad dentro de, pongamos, cien años no sé muy bien qué impresión se llevará de las actuales generaciones. Si para entonces la humanidad se ha extinguido, el alienígena que investigue nuestros elementos culturales, y la publicidad lo es, creo que establecerá hipótesis muy raras y nada nobles sobre las causas de nuestro final como especie. Veo poco la tele por razones de tiempo -de su falta- y porque me aburre. El que podría ser el mejor medio de comunicación se ha convertido, por deficiencias de su propia estructura económica, en un extenso catálogo publicitario que se ve interrumpido, de vez en cuando, para insertar fragmentos de mal cine o informativos. Prefiero los periódicos y la radio como fuente del conocimiento de lo que pasa en la calle y el DVD para el alimento espiritual que me proporciona una buena película. Pero como cualquier prójimo, enciendo el televisor cuando no quiero pensar en nada, lo que no sé si dice poco sobre mí o dice poco sobre la degeneración del medio televisivo. A pesar de lo que cualquier conspiranoico pueda elucubrar, el hecho de que los medios vivan de la publicidad es mucho más sano y viable que otras opciones, pero creo que todo merece una reflexión, al menos estética.

Como ya digo, existe una corriente de estudios sociales que analiza elementos como la producción literaria, la moda o la publicidad, actividades que explican ciertas andanzas colectivas de los humanos. Por ejemplo, si cogemos un periódico de la posguerra española, veremos una enorme cantidad de anuncios sobre alimentos y anisados que reflejan un país en el que se pasaba penurias y que, como Carpanta, soñaba con comer. En aquellas décadas, los gordos éramos objeto de admiración y prestigio, y se nos llamaba robustos. Pero sic transit gloria mundi y hoy quien tiene renombre, según deduzco por el interés de las campañas, es quien va al retrete con la regularidad e insistencia con que el AVE llega a Madrid. En tiempos de sequía yo no sé si tanta incitación a la fibra que, por lo visto, ya se encuentra hasta en los chicles, no dejará secos los pantanos, vía cisternas y posteriores enjuagues. Pero es que tras los anuncios del tránsito intestinal llegan los de un tipo rascándose los pies porque los tiene de hongos (no de los alucinógenos) como una cueva de champiñones y yo, que aunque esté calvo siento los piojos sobre mí cuando suena la cancioncilla del champú antiparásitos, observo ya mis pies como jarrones de porcelana china y al más mínimo picorcillo me encuentro en la cama contorsionándome con la misma gracia de un hipopótamo sobre el fango, para verme mis plantas. No les explico la que lío, torciendo el cuello como la niña del Exorcista para observar si me aparecieran verrugas por la espalda o así, también según los avisos del correspondiente anuncio. No hablo de los tampones que entran con facilidad, las compresas que no huelen, los geles que devuelven la lubricación íntima o lubrican hasta el bolso o las orejas para los muy fantasiosos porque eso ya entra en terrenos escatológicos que se deben evitar aunque vistamos de faralaes. Pero no cabe duda de que, a la luz de los datos, la humanidad está enferma de todo; por tanto, disfrutemos estos días tan dados al olvido de penas.

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