Han expedientado a la empresa que posee la concesión de los Baños del Carmen. El Área de Medio Ambiente considera que un tercer vehículo dañado por la caída de ramas de eucaliptos significa algo. A la tercera va la vencida y no hay dos sin tres y tres eran tres y ninguna era buena y tres tristes tigres. Un número mágico el tres que moviliza hasta un área municipal. El uno sabe a poco, el dos aún no indica nada y el cero de la prevención y anticipación no existe ni siquiera para un suceso que ya pregonaba el graznido de las cotorras sobre aquellos troncos olvidados, entre tantos y tantos olvidos. Los Baños del Carmen podrían ser uno de los escenarios merecedores de una postal sobre Málaga y sólo se merecen que los pongan en cuarentena. Cierto que ese espacio se encuentra afectado por leyes de costas y otras servidumbres que dificultan una solución faraónica que abarcara desde la Caleta hasta Pedregalejo como le gustaría a D. Francisco de la Torre, pero también es cierto que se podrían haber abordado intervenciones parciales que solucionaran elementos tan simples como las aceras exteriores levantadas por las raíces, imagen que adereza para el paseante ese cierto deje de ciudad colonial en decadencia con que se adorna la zona y al que contribuyen de manera incontestable los cien metros externos cuyo arreglo corresponde al Ayuntamiento y no a un chiringuito. No culpes a la noche, no culpes la playa, no culpes al Boogie, culpa a la desidia municipal. Raro es que no conozcamos denuncias cursadas contra el consistorio por rotura de tobillos o dientes en aquella calle. Ahora no hay dinero para reparar nada pero cuando lo hubo el Ayuntamiento tampoco actuó, confiado en los ingresos de una especulación urbanística cuya principal promotora ha sido la voracidad monetaria de los propios ayuntamientos.
El caso es que sobre los Baños del Carmen nunca se han realizado ni siquiera actuaciones mínimas. Cualquiera que compruebe su aspecto destartalado y se adentre por el interior de aquella breve república perroflauta, podría sospechar, tras tanta dejadez, intereses ocultos más afines con los principios de las maniobras inmobiliarias que con los de la ciudadanía malagueña. Eso sí, enmarcados en una mega-híper-súper planificación de costa de artificio. Esta luz y cielo nuestros son tan agradecidos que acaban ocultando el abandono tras el tinte amable de lo añejo. La torre de la catedral ha alcanzado por sanción del gusto, educado por los años, la categoría de los edificios inacabables. El mercado interino de Atarazanas terminará seguro como estampa futurista de óxidos y bichos mutantes, como monumento a la invasión extraterrestre o algo así. Que los vecinos se esperen unos doscientos años que algún día le pillarán cariño. Los Baños del Carmen podrían ingresar, con una mínima imaginación, ausente de los despachos munícipes, y con un poquito de cuidado, en ese exclusivo álbum malagueño de las pobrezas arquitectónicas dignas. La jardinería de una zona que fue en su día calculada como cámping no como parque, el mantenimiento de las herrumbres y de los pasos, la estética del edificio de restauración o el atrezzo de las ruinas como tales ruinas, porque también en las ruinas hay castas, son obras que el Ayuntamiento podría haber asumido en aquellos ejercicios contables de presupuestos desbocados. Claro, siempre que hubiera tenido interés porque los Baños del Carmen se convirtieran en una pieza más para el disfrute de toda la ciudadanía. Ahora sólo el salitre y el paso del tiempo pincelarán una pátina de expolio mediante desamparo en esa agradable balconada al mar a la que incluso vemos que es peligroso acercarse. Los Baños del Carmen cuantifican las dioptrías intelectuales de un gabinete municipal sólo preocupado por una expansión especulativa que ha convertido gran parte del Centro urbano, Baños del Carmen incluidos, en una trinidad de basura, escombros y ratas. Bonito el tres.