Necesitábamos agua y aquí está. Un mayo con agua de mayo que como todas las aguas nunca llueve para satisfacción de todos. Estas aguas que han aguado manifestaciones y vacaciones son las que vivifican un campo con sed de invierno franquista, de aquellos donde arraigó el runrún de la pertinaz sequía y que ocasionaban ruegos al santo e incluso al hombre del tiempo para que pusiese unas nubecitas sobre el mapa televisivo en blanco y negro y así invocase esa magia emitída en ondas para muchos incomprensibles. Queríamos agua y aquí está. El buen dios ibero oyó las súplicas de esta península con vocación crónica de secarral. Ya se sabe que aquí nunca se sabe cuándo veremos el último chaparrón. Veremos si serán estas aguas, durante estos días malditas en las playas, las mismas que en pocos meses echemos en falta cuando añoremos la nariz pegada al cristal tras el que suenan gotas de verdor y vida. Pero así es el agua en este sur oscilante entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre Europa y África, entre una angustia por el estiaje y otra angustia por la que está cayendo. Llegará el 40 de mayo del refranero que abrirá la veda de los cuerpos sin sayos, dorados bajo un sol más seguro que las lluvias. Llegará el 40 de septiembre y comenzarán las miradas de soslayo al cielo para que envíe las nubes en rimas con ubres que nutran los surcos y arrastren en las torrenteras un poquito del paro rural entre pastos y sembrados. La sequía es uno de nuestros paradójicos atractivos. Ni llueve ni brilla el sol a gusto en esta Málaga tan descabalada. Hace tiempo que el dilema entre alegría o tristeza por la lluvia debería de haber sido resuelto por las muchas autoridades que se encargan de estos asuntos desde la Junta hasta los ayuntamientos, además de Diputación y mancomunidades. Entre tanto responsable de tanto organismo que tanto cuesta alguno hallará las claves que desarrolle un turismo invernal y de primavera de modo que el visitante no se marche de aquí sin una cierta sensación de estafa porque en Málaga llueve.
Sol y playa siguen siendo los grandes argumentos para que desde el norte europeo nos visiten. Dan pena las niñas en chanclas por las calles con un plástico por encima y los brazos cruzados en torno a sí para espantar algo una sensación de frío mayor que en Londres pongamos porque allí a nadie se le ocurre ir con ropilla de verano en estas fechas. Hasta el 40 de mayo. La primavera es así, siempre desplegó su abanico de caprichos y por las mismas en dos días el calor hace que sobre hasta la mínima camiseta, pero otros dos días después regresa una borrasca y de nuevo el abrigo reclama su paseo. La Costa del Sol también sufre por fortuna la visita de las nubes y del frío. Habría que promocionar una Costa del Sol de invierno con oferta cultural, gastronómica, deportiva y paisajística que de todo esto tenemos. Si el sol apareciera siempre será más barato para el viajero agenciarse unos pertrechos de playa y además agradecerá un regalo suplementario a su estancia. La mala noticia para la hostelería no puede ser la lluvia en Semana Santa o la lluvia en el primero de mayo. El turismo es ahora casi el único sector que nos salva en Málaga de la miseria. Pero a pesar de que se lleva años hablando de la necesidad de su diversificación, lo único que llegan son las caras largas cuando llueve en primavera, con lo bien que sienta a la costa este gris sobre el mar. El ingenioso apelativo que señaló al litoral malagueño como el elegido por la estrella que nos da la luz tuvo su época de gloria pero se puede convertir mediante competencia de otras arenas en una rueda de molino atada al cuello. El planeta se hace más pequeño cada día a golpe de low cost. En las agencias de turismo británicas se promocionaba ya el Norte de África por delante del Sur de España. La suerte nos ha sonreído estos años; ahora son destinos dudosos para el viajero que quiera divertirse sin problemas. Lo mismo despiertan que el hambre es muy mala. Aquí, disfrutemos esta lluvia como lo que es, promesa de futuro.