El último fin de semana nos lega varios titulares generados por el devenir político. En Málaga, durante el mitin del PP, Arenas señaló que si llegara a la presidencia de la Junta, se encontraría con un desajuste deficitario mayor que el provocado por el anterior gobierno de España. Rubalcaba pedaleando en esa carrera por coronar la presidencia de su propio partido pidió a los votantes de Andalucía que Sierra Morena se convierta en la frontera sur del PP y en invernadero para socialistas desterrados de otras regiones como hace tiempo sucede, debería de haber añadido. Al mismo tiempo el lector que disfruta la mañana del domingo con su desayuno, música relajante de fondo y el periódico sobre la mesa, busca comprimidos contra la acidez de estómago según cada página le empoza más el ánimo. Es cierto que Andalucía necesita un cambio aunque sólo sea por oxigenar unas dependencias de poder que se encuentran ya viciadas. Si damos como inicio del régimen de Franco el año 1939, el Generalísimo estuvo 36 años en el trono, o bajo palio, o al mando del cuartel, como cada quien guste más; el PSOE, o el partido así a secas, lleva mandando en Andalucía más de 30 años. Hay cargos políticos de los de a dedo que no han cotizado más que como eso, como cargo político de los de a dedo. Treinta años borran la memoria de cualquiera aunque la letra del tango amague la ilusión de que no son nada. En esos treinta años hay quien se siente un diosecillo intocable con derecho a repartir el dinero público como a él le venga en gana, por ejemplo, en Chanel, cocaína y Dom Perignon, como así se está destapando en ese vomitivo asunto de los ERE. En efecto, imagino que si el PP ganase las elecciones andaluzas, las destructoras de papel de más de un organismo público reventarán apenas se anuncien los primeros escrutinios. Treinta años dan para mucho. No es que crea que los socialistas en sí son malos, es que considero que el ser humano alberga dentro de sí muchos tipos de semillas, como ya nos enseñaron Don Quijote, o la Celestina y bajo determinadas condiciones, florecen unas u otras.
El caso es que sigo con mi desayuno mientras paso páginas de este privado placer dominical que para mí supone la lectura tranquila del periódico y aprendo que no es sólo Andalucía la región en la que se han podido hacer barbaridades económicas, así con B de Barberá, por ejemplo. La comunidad Valenciana o Valencia capital también arrastran más de dos décadas con los del PP al frente de esas ruinas públicas que van a ocasionar que sus ciudadanos menesterosos, esto es, jubilados con pensión baja o media, enfermos crónicos, personas con riesgo de caer en la marginalidad y otros y otros casos, se transformen en auténticos parias dentro de una región por naturaleza rica. Ahí quedan el aeropuerto de Castellón, o la faraónica, desproporcionada y ruinosa Ciudad de las Artes y las Ciencias, obras espectaculares en las fotografías viajeras pero cancerosas para una economía valenciana sumida en la indigencia. Ahí no fueron los malos y perversos socialistas, sino los limpios y transparentes populares quienes han invocado una desgracia que ha beneficiado a unos pocos y está hundiendo a muchos. Ambas regiones revelan en sus balances y en sus juzgados la necesidad de que se oreen las oficinas públicas cada cierto tiempo y de que las urnas excreten en intervalos prudentes a los cargos políticos desde sus poltronas; de otro modo, nos encontraremos con una dictadura a la vaticana, en la que una vez elegido el mandamás hace gala de un poder absoluto del que responde sólo ante Dios. En efecto, el cambio en Andalucía sería tan saludable como en Valencia y la política no puede convertirse en una profesión para toda la vida. El poder estimula la ambición sin límites; esa parece que va a ser la moraleja triste del cuento del ingenioso Urdangarín el del arremangado brazo y su princesa despistada. Perdón. Se me ha atragantado la actualidad. Dan ganas de ir al retrete.