Desde hace tres semanas, un camión cisterna abastece a los vecinos de Sierra de Yeguas. Triste estampa del pasado y aún no vivimos una situación de sequía que, por desgracia, siempre acaba por llegar. Sierra de Yeguas necesita una depuradora que suministre un poco de siglo XXI y de primer mundo a unos ciudadanos que ejemplifican la inoperancia y dejadez de funciones con que las distintas administraciones públicas se han comportado en los últimos años. Según se ve, el dinero de todos, ese del que se pregona ahora en campaña electoral que promueve la igualdad entre la ciudadanía, no se gastó donde se tenía que gastar. Una provincia con enclaves tan bien dotados que son capaces de atraer a la señora Obama o a la corte saudí, exhibe aún escenas de “Bienvenido Mister Marshall” con pueblos donde el agua se entiende corriente porque llega por la carretera y corriendo en cuba. No imagino una condena más clara al subdesarrollo perpetuo; ante una perspectiva así, al visitante no le quedan ganas ni de detenerse en el pueblo para tomar un café. La pobreza asusta. El agua sigue siendo un problema en Málaga porque ni Junta ni Diputación ni Estado han encauzado sus prioridades de gasto. Una provincia que recibe, según últimas cifras, 4,8 millones de visitantes y representa uno de los pocos manantiales de capital que sostiene la economía española aún no puede anunciar la depuración integral de las aguas que arroja a esa misma orilla donde se baña el que paga su cuenta en el hotel y se gasta unos euros más en tiendas, bares y chiringuitos. El sector turístico generó riqueza este verano; el número de viajeros aumentó pero también ha sido un año poco común, con gran parte de los destinos competidores inmersos en revueltas, guerras y otros problemas que restaban atractivo. El turista quiere sol, playa, cultura, diversión y ausencia de problemas, incluida la suciedad en el agua en que se bañe, o su falta en la ducha del hotelito rural. España no es un destino barato y la comprensión de un visitante frustrado no se diluirá ante la ridícula cifra de la cuenta que, en hostelería, hace tiempo dejó de ser ridícula para situarse en bando de las starlettes.
En los restaurantes y hoteles de Nueva York queda como un gesto snob y presuntuoso el pedir agua embotellada. El camarero escenifica la bienvenida mediante el ofrecimiento de una sonrisa y una jarra con agua del grifo y hielo. Un agua magnífica que hace ya más de un siglo sus gobiernos canalizaron desde las cataratas del Niágara -más de 600 km- a través de túneles inmensos para que a aquella ciudad no faltara el agua primer pilar del desarrollo. En la actualidad se está construyendo otra canalización gigantesca por si Nueva York creciera en el futuro más de lo previsto. Desde pequeño he oído hablar de escasez, de pertinaz sequía, de restricciones, de cortes en el suministro, de aguas que no se pueden beber y de aguas no aptas para el baño. Nací en la España del secarral, la dictadura, la emigración y el país en vías de desarrollo que no cuajaba. Parece que hay situaciones que se enquistan como las manías de la edad o algunas espinillas adolescentes. Por lo visto una tubería hasta Sierra de Yeguas o cualquier otro pueblo de la provincia malagueña, de la geografía andaluza, del Estado Español sigue siendo una obra titánica cuyo coste no va más allá de la suma de algunos de esos sueldos estelares de Diputación. Por lo visto, limpiar las aguas que Málaga vierte a sus ríos y mares tampoco es obra posible para los humanos, para los humanos de aquí, claro, gobernados por los políticos que nos hemos buscado en las urnas quienes con excesiva frecuencia confunden las responsabilidades de un gobernante con las funciones de un relaciones públicas de sala de fiestas. Al enemigo ni agua, dice el refrán, pero hombre, al contribuyente, al ciudadano, siquiera un poquito y si puede ser que no pille el tifus con ella pues mejor. Vecinos de Sierra de Yeguas pedid el pasaporte de Gibraltar.
Parece el autor desconocer o, lo que es pero, obviar, que gracias a esas grandes obras que ensalza, la enorme bolsa de agua que Sierra de Yeguas atesoraba y por la que nunca le faltó el vital elemento, fue destruida, perforada, agrietada y su rico contenido se ha perdido. Hablo de la destrucción de la capa freática al paso de las obras del AVE que aún mantiene despues de tantos años todo un municipio sin agua. A veces no se trata de hacer obras faraónicas, sino de no hacerlas o estudiar bien donde hacerlas para no perjudicar, como en este caso, a toda una población en beneficio de la capital.