La Junta de Andalucía ha editado una guía en la que indica a las familias cómo colaborar con las escuelas e institutos en el proceso de aprendizaje de los hijos, además de sus deberes y derechos. Si la familia no educa en casa, si no fomenta el interés de los chicos en sus estudios, los niños y adolescentes se tienen que convertir en auténticos héroes de su autoconstrucción personal para que el periodo escolar sea una época fructíifera que aunque no garantice el éxito económico a lo largo de toda la vida, si minimizará los efectos de esas trampas dañinas con que la existencia nos fastidia paradójica la propia existencia. Si la familia no se implica en la enseñanza de sus retoños, si no inculca en el hogar y desde la temparana edad de los hijos el respeto al profesorado, que no es otra cosa sino hacerle ver a los chicos que sus profesores son sus guías durante una gran cantidad de años, quedarán pocos recursos a las aulas para evitar un fracaso escolar casi inevitable. La única cualidad positiva que se puede encontrar en la deprimente cifra con que el paro nos golpea dos meses no y diez sí, es que hace palpable la exigencia de una sociedad española mejor formada. Legiones de estudiantes se lanzaron hacia el dinero rápido en los sectores vinculados con la construcción; ahora se encuentran sin trabajo, sin una cualificación profesional que les permita encauzarse hacia otros oficios y, lo que es peor, sin muchas posibilidades de regresar a unas aulas donde puedan paliar sus graves carencias formativas. Cuando hemos llegado a la conclusión de que no podíamos asfaltar y enladrillar toda la Península e islas a ver en qué van a trabajar nuestros obreros. Una educación social sólida no asegura el bienestar colectivo, ahí quedan los países del Este de Europa para demostrarlo con la antigua Unión Soviética a la cabeza; son muchos los factores que acompañan a un Estado hacia los podios de la gloria, pero si falta ese primer pilar educativo entonces es seguro que una sociedad ni llegará, ni consolidará un solo peldaño de su fortuna común. La colaboración de las familias es imprescindible para que esa base fragüe.
Sin embargo, en nuestra España donde a causa de la crisis arrecian las reflexiones sobre la importancia de la educación y formación de los ciudadanos, las instituciones, como colectivo, no ayudan para que las familias a su vez puedan colaborar en ese proceso del que, según parece, nadie duda de su importancia. Una contradicción más que corretea por estas tierras del dios ibero. Una serie de televisión -donde por cierto se retrata a un instituto como una especie de sucursal de Sodoma y Gomorra- destinada a un público adolescente se emite hasta la una de la madrugada sin ninguna consideración al horario escolar del día siguiente. Ante este hecho los padres se ven obligados a estar como guardianes de discoteca frente al televisor para que los chicos vayan a la cama. Están en la edad de las irresponsabilidades y las pequeñas aventuras como la de intentar quedarse a ver la tele en un tiempo poco adecuado. No sé si alguien se ha quejado por estos horarios de emisión de un producto destinado a un público en edad escolar. La audiencia manda, la publicidad manda y a la familia toca la bronca o al profesor la tarea de despertar a los niños. Es necesario un pacto por la educación donde se revisen no sólo la pertienencia de las ofertas de ocio, sino los horarios laborales que impiden a los padres estar con sus hijos, o el calendario escolar donde la devoción y la tradición mantienen festividades que en ocasiones obstaculizan el necesario ritmo en el aprendizaje de los contenidos. Está muy bien que la administración educativa promueva este tipo de cuadernos al que nos hemos referido, pero mejor estaría que desde la misma Consejería, o mejor desde el Ministerio, se impulsara ese pacto global y amplio sobre educación que la sociedad democrática española arrastra como un suspenso aún no recuperado igual que un mal estudiante al que su familia olvidó en la cola del desempleo.