Elías Bendodo indicó, durante una entrevista con Virginia Guzmán ayer publicada por nuestro periódico, que el PP tiene planes para la Diputación si alcanzara esa presidencia que tanto se le resiste en las alcaldías del interior. El largo período en que Salvador Pendón y su corte ha dirigido ese mini reino a cuyo mando se accede mediante un sistema electivo con democracia de muy baja intensidad, ha convertido ese organismo, en tiempos necesario, en un monstruo que se traga la tercera parte del presupuesto en sueldos y destina una sexta parte para invertir en los pueblos, misión para la que fueron creadas las diputaciones provinciales y que, según las matemáticas, se cumple pero dividida entre seis. Las diputaciones se han metamorfoseado en pasteles muy apetecibles que pasaron de tener cuentas muy ajustadas y misiones muy concretas, a mover mucho dinero del contribuyente y expandir sus cometidos según la cantidad de políticos en paro a los que tuvieran que insertar en un cargo de nivel alto, bien remunerado por vía de libre designación. Esto es, por mis narices. Quizás el mejor plan que el PP debería proponer para las diputaciones sea su disolución en las diferentes consejerías autonómicas, según ya han indicado políticos como Felipe González o Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ambos poco sospechosos de pretender desmantelar este Estado que tantísimo dinero sangra a la ciudadanía. El organigrama de gobierno español cuenta con casos tan llamativos como diputaciones en Rioja, Murcia o Cantabria, autonomías uniprovinciales cuyos habitantes son atosigados por tres estamentos o castas a la vez, además de Madrid y Bruselas. Imagino que los tres con sus presidencias, cohorte de gabinetes de comunicación y liberaciones políticas, sindicales y de otras índoles. Gran parte de las dudas que suscita la deuda del Estado Español proviene de estas trituradoras de billetes en que poco a poco se han ido convirtiendo las desadministraciones públicas.
La Diputación de Málaga se ha erigido como un magnífico ejemplo de esto. A pesar de que, según datos, sólo destina una sexta parte de su presupuesto a las inversiones en los pueblos de la provincia, sus trampas ya alcanzan cifras de escándalo y no me refiero al club así llamado. Los inversores internacionales, o las agencias de calificación de las finanzas son señalados por nuestros gobernantes como los ogros de la película que quieren extorsionar a los españoles y otros europeos endeudados, con réditos más allá de los que estos países querrían pagar, o siembran dudas sobre la eficacia de los planes gubernamentales para disminuir las deudas. Menos mal que existen esas amenazas exteriores que corrigen los caminos del gasto, a la vista de la insensatez con que los distintos escalones del gobierno gestionan el dinero que no es suyo. Frente a un revés económico como el actual, el Estado apenas dispone de capacidad de reacción, o sea, de aumento del gasto para reactivar la economía o garantizar las prestaciones sociales. El Partido Popular debería de haber explicado ya a los malagueños sus planes para la gestión y control de una Diputación que, si llega a presidir, heredará endeudada y engrosada como una morsa madre. Más o menos como ha hecho el PP con el Ayuntamiento de Málaga ¿Pero quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién suelta una novia que lo convierte en príncipe cuando se es un sapo? ¿Quién no quiere trocear la casa de chocolate para que coman sus amiguitos? ¿Quién se niega a repartirse la miel de la abuelita con el lobo si ella no ve nada desde su cama? ¿Quién no prefiere convivir con el cerdito constructor cuando las malas épocas? Veremos si en estas semanas previas a elecciones municipales el PP malagueño plantea alternativas, descifra los enigmas, o continúa esta serie de cuentos que los ciudadanos ya sabemos de memoria y abonamos a precios de cuarenta ladrones, bien en los ayuntamientos, bien en las diputaciones. Mira tú qué bien riman.