Como cada inicio de año también en este decidí estudiar inglés, junto con lo del gimnasio, alimentación equilibrada y demás. Esas pasajeras decisiones estudiantiles han ocasionado que conozca a un grupo de jóvenes americanos con los que charlo, y menos mal que ellos hablan español, porque lo del inglés, junto con lo otro, se me queda en eso, en el deseo por cumplir de cada noche primera del año. Uno de esos amigos, de quien me separan más dos décadas y un océano de desconocimiento mutuo de nuestras sociedades más allá de los tópicos, me preguntó si España se iba a hundir dadas las catastrofistas informaciones y opiniones que brotan desde parte de los titulares de nuestros propios medios. Le respondí que soy malagueño y por tanto siempre he vivido en una crisis, excepto la pasada burbuja inmobiliaria. Mientras escribo estas líneas me he puesto un disco de Pink Floyd; lo que yo escuchaba con catorce añitos. Tal vez hubiera sido mejor algún cantautor de aquellos, o esos grupos sudamericanos que musicaban consignas obreras de buena fama en esos entonces. No tengo nada parecido en mi discoteca. Acabé harto de aquellas músicas de transición. Como soy malagueño (antequerano) nacido en la magnífica cosecha de 1964, albergo crisis y desempleo en la memoria. Me llegan imágenes de aquellos días en que en las casas se comenzaron a quitar bombillas para que las lámparas consumieran menos y cundía la alerta por el inminentísimo fin del petróleo. En días de verano a mi barrio –bueno ya lo cuento todo, Miraflores de los Ángeles-, regresaban los emigrantes desde países fríos (incluidos el País Vasco y el País Catalán) pero con trabajo y comida para todos mientras que aquí cerraban las grandes empresas una tras otra y los jóvenes vendían papel higiénico por las casas para sacar algunas monedas con las que disimular aquel paro crónico y recurrente al que, según se ve, tanto gusta nuestra Málaga.
Hay fenómenos sociales que insisten como los malos amoríos, o las alergias. Ya tenemos en Málaga la lluvia del desempleo, ya tenemos la mala hierba del fraude con la economía sumergida y el cobro del subsidio al mismo tiempo que se trabaja. Nada nuevo bajo el sol. La ocasión hace al ladrón. Los inspectores de trabajo han pillado a dos mil empleados que figuraban en las listas del paro, seiscientos de ellos recibían la prestación. La carne es débil. Si modifico el refrán, el hombre fuego, los billetes estopa, llega el diablo prende y sopla. Estos datos de la Inspección de Trabajo constatan lo que en la calle se sabe desde siempre, así en frase impersonal. No quiero mermar ni un ápice de dolor a la tragedia que el desempleo supone porque hay millones de ciudadanos que lo están pasando muy mal, pero resulta imposible que en todos los hogares de esos cuatro millones de parados no esté entrando ningún ingreso. Entre muchísimas familias malagueñas la situación es así de dramática; en otras, como contraste, constatado con esa detección del fraude, se está cobrando por partida doble o triple; el dinero invisible no tributa. Me vienen a la memoria los años ochenta, también de crisis, cuando talleres de costura ocultos jalonaban algún que otro pueblo de Málaga. O aquella vez en que vi correr a un camarero de cierto bar porque apareció una inspectora laboral. El retorno al pasado. Estoy hablando sobre la época de la máquina de escribir. Espero que durante los años de bonanza los organismos relacionados con la detección del fraude y la economía sumergida se hayan adaptado a las nuevas tecnologías y a la actual sociedad que va a comportarse como siempre. Hay vicios que se desarraigan con mucho esfuerzo, como el de los empresarios piratas, los bancos en connivencia y los dulces euros escondidos a Hacienda que a nadie amargan. España vive una crisis más, yo vivo una crisis más y no creo que pueda explicar esto en inglés nunca. Ya digo, viejos vicios.
Quiern pudiese algunas veces volver al pasado para disfrutar de todo aquello de lo que no pudimos por pertenecer a una época anterior a la nuestra