El Cementerio Inglés de Málaga pide ayuda popular ante una situación que podría conducirlo a un cierre de sus verjas para los visitantes y que significaría para esta ciudad la pérdida de una de sus joyas para el uso y disfrute ciudadano. En contra de lo que pueda pensarse, un cementerio también puede ser un lugar agradable, sobre todo si uno sale y entra de allí por su propio pie. El Cementerio Inglés escribe una página importantísima en el caminar de esta ciudad cada vez más amnésica con sus orígenes y más impersonalizada en sus señas de identidad arquitectónicas. Sus muros custodian tanto la memoria de la intolerancia religiosa hispánica como la esplendidez malagueña con los llegados desde más allá de sus orillas, sin duda el distintivo más claro de estas tierras. A principios del siglo XIX, el cónsul británico William Mark promovió el que en Málaga hubiese un camposanto para quienes fallecían ajenos a la fe católica, a los que sólo esperaba el mar y los carroñeros que merodeasen las playas donde eran mal enterrados, costumbres bárbaras que nada bueno decían de aquellos malagueños que sin embargo actuaron heroicos para salvar a los marinos alemanes de la fragata Gneisenau en 1900. Los náufragos que no pudieron ser rescatados de las olas ya disponían de una tierra calma para ellos reservada en el que fue el primer cementerio de la España peninsular para los cristianos no-católicos, concepto que entre nosotros siempre ha sido de casi imposible comprensión. Las gestiones de aquel cónsul llegaron a buen término y Fernando VII donó los terrenos al gobierno inglés y en este punto comienzan las dificultades para que este tesoro cultural sea mantenido por los organismos locales o la Junta de Andalucía como esa porción de historia malagueña que representa.
En nuestros parques cementerios ya reciben sepultura o incineración luteranos, suicidas, paganos y gentes de la farándula con igualdad de trato fúnebre y con la equidad inevitable con que la muerte nos trata a todos, lo que ha alejado al Cementerio Inglés de sus funciones primeras aquellas para las que con tanta generosidad el Reino de España regaló los terrenos y que el Reino Unido no cederá por ausencia de cualquier generosidad en sus relaciones con España. Inglaterra tiene intereses, no amigos; si alguna vez actuó como luz de civilización, por ejemplo cuando esas tapias anglicanas se alzaron en Málaga, hace tiempo que ese faro se apagó. Pero nuestra ciudad tiene una deuda de gratitud innegable con una colonia británica y americana que, incluso, se funde con nuestros apellidos desde antes de que se delimitara su jardín sagrado particular. Nuestra larga historia común nos debe llevar a pensar en ellos siempre como malagueños ahora con un tesoro cultural colectivo en unas dificultades económicas, graves para sus bolsillos, pero que al Ayuntamiento no le supondrían mayor esfuerzo que el de editar una memoria de cualquier concejalía, la de Cultura, por ejemplo, que tal vez debiera reflexionar sobre qué nombres se escriben sobre aquellas lápidas y promover un camino contrario al que anduvo aquel señor William Mark, no para derribar los muros, sino para conseguir integrarlos con dignidad entre el conjunto de espacios singulares y museos malagueños, malagueños de verdad. El Cementerio Inglés erige un cementerio-biblioteca, un cementerio-botánico y un paradójico cementerio repleto de historia viva al que nuestras autoridades no deberían cavarle una tumba de olvido, ni abandonarlo en el sueño de los justos.