En estos días en que se cuentan calorías y euros, cuando descubrimos que nos sobran unas y nos faltan otros, he conocido un caso triste que podría haber oído en verano o primavera, pero no, ha sido durante la cena navideña, como cuento de Dickens. Un matrimonio, ambos trabajadores con puesto fijo en su empresa, ha tenido que vender su casa a otra familia para que el banco no la embargase. Un suceso que ya no es noticia por su frecuencia y del que, seguro, ustedes conocen a alguien o al alguien que conoce a alguien en parecidas circunstancias. La singularidad que distingue esta historia triste, navideña porque la supe en Nochebuena, se basa en que no la ha provocado una crisis de negocios, ni el despido, ni ninguno de esos daños colaterales del descenso en la actividad monetaria; esta pérdida del hogar se ha producido por ese bombardeo previo con el que bancos y entidades financieras acosaron a la ciudadanía con propuestas de créditos rápidos por teléfono, tarjetas con saldo para esos caprichos que usted se merece, préstamos bancarios mediante los que usted haría realidad sus sueños, y rehipotecas que aprovechaban la demencial revalorización de su inmueble al que ahora usted iba a reformar con la entrega del 110% del valor de tasación que, además, permitía adquirir un coche, grande, porque ya puestos, y realizar un viaje a esos paraísos ordinarios que se sitúan por el Caribe y son iguales a Canarias. Una vez que para esta familia a la que me refiero se hizo presente la bola de intereses, seguros de vida por préstamo, cuotas, minutas y tasas, además de un par de roturas del vehículo que no aguanta los años de una hipoteca, junto con dos imprevistos en el dentista, llegó la caída. Los bancos no conceden más préstamos y la ruina se ha presentado disfrazada de aviso de embargo.
En un Estado tan vigilante de los vicios de sus ciudadanos resulta incoherente que no se haya establecido durante más de una década ninguna cortapisa a la publicidad agresiva y concesión de préstamos personales. Las entidades financieras han actuado igual que los distribuidores de drogas, pero a unos los persigue la ley y las otras dictan la ley. Se ha suprimido la publicidad del tabaco por nociva y se persigue a los fumadores; a las salas de juego se accede con condiciones y, desde luego, mediante denuncia el usuario es controlado o se auto-controla. Nuestra sociedad se ha convertido pasito a pasito en el Gran Hermano donde la sanidad o educación se ofrecen a los ciudadanos de modo universal pero a la vez exigen el casco obligatorio en la moto, o que los niños tengan que ir a la escuela bajo coacción judicial. ¿Bueno, Malo? No lo sé, pero nuestro sistema de vida neo-liberal o social-demócrata, exhibe tintes soviéticos en unos aspectos, mientras en otros como la incitación al consumo por encima de las posibilidades individuales, o las ofertas de crédito para el gasto desbocado no conocen ninguna regulación porque se invoca la libertad del individuo y más la libertad del individuo bancario que ya sabrá a quién concede el crédito. Pues no, ya se ha visto que no. Los bancos son rescatados mediante los impuestos de los ciudadanos y esos mismos ciudadanos son masacrados sin piedad por los bancos. La gran banca se puede equivocar pero el pequeño trabajador no. Magnífico epitafio para familias como esa de cuya existencia por casualidad me he enterado que ven sepultadas sus posesiones porque en este baile danzaron al ritmo de músicos con una influencia desmedida y sin que nadie dictase una sordina en la trompeta ni impusiera una hora de cierre. Así es la vida, sexo, drogas y rock n’ roll, pero si ya eres un Rolling lo menos.