¡España!

12 Jul

Aunque el refrán avise que quien juega por necesidad, pierde por obligación, este mundial lo teníamos que ganar y buena falta que nos hacía. España no es diferente, es rara. Jaime Gil de Biedma versificó que de todas las historias de la Historia, la de España es la más triste porque acaba mal. Este campeonato de fútbol había que ganarlo para que la Historia de España no empeore varios grados. Por lo pronto, nos ha devuelto la bandera, lo que no consiguió la Olimpiada de Barcelona, ni la selección de baloncesto. Es fútbol con su magia de batalla incruenta (salvo excepciones) insufla ánimo a los pueblos, reclama himnos y banderas. En España nos la ha devuelto. Ninguna nación mejora porque su equipo combinado gane o pierda; en este mundial la rica UE ha demostrado su potencia frente al pobre Mercosur, apenas un testimonio entre la gran maquinaria de la mercaduría global. Durante la Transición, la izquierda no supo reivindicar la bandera que entregó dócil a las manos de la derecha y de los grupos reaccionarios contra el Estado que nacía. Los independentistas la quemaban porque sí la consideraban representante de España, según paradojas. El fútbol ha inspirado al pueblo para que la salve y honre en sus balcones, al menos en los situados en ese mapa sentimental que con claridad se autodefine como balcones de España. Esta selección ha realizado entre sus dribles y pases un efecto lenitivo sobre la piel ibera. Los Medios -los de comunicación, no los del césped- provocan un inevitable efecto de foco para el ciudadano con sus portadas y transmiten una obsesión por ciertos desasosiegos con el mundo trajina. En estos días, los vaivenes bursátiles han sido menos bruscos a pesar de subidas y bajadas de vértigo. Los colores rojo y gualda han borrado cualquier resquicio del lado salvaje de la vida con sus goles de penurias a fin de mes, sus penaltis de gastos imprevistos y esa perspectiva de banquillo permanente a quienes el desempleo enseñó su tarjeta. Hacía falta que nuestra selección ganase este mundial, ahora entiende uno a los sudamericanos y su relación con este deporte más allá del deporte.

A partir del miércoles, calculo, los titulares huérfanos de otros triunfos épicos dejarán paso a los afanes nuestros de cada día y regresarán a las peculiaridades de España, seguro que aún engalanada en parte de sus balcones con su bandera. Parece que hasta el Tribunal Constitucional se ha valido del río que nos lleva y -¡oh casualidad!- ha publicado una más que demorada sentencia, igual que el escolarcillo aprovecha la celebración paterna para entregarles las calificaciones suspensas. El verano se anuncia tormentoso y sin otro rival que una parte de nosotros mismos, de España que ahora se encontrará zarandeada entre independentistas catalanes y vascos, tanto como por esos buenos patriotas españoles que promueven un boicot a los productos de Cataluña, un sensato y adecuado método para expresarle al que consideras parte de tu nación que lo quieres y que puede sentirse seguro junto a ti, tanto como la divorciada que recibe amenazas de su ex para que comprenda que aún la ama. Tendremos que resolver las fracturas de España, y ahora sin goles, sin contrarios que justifiquen nuestra existencia como en aquel poema de Kavafis. Habrá que tener cuidado con no buscarlos dentro de la propia casa. A partir del miércoles, calculo, los políticos tendrán que lidiar las complicaciones de la polis a toda plana, regresarán como estandartes bélicos las cuentas de la crisis, la Historia no resuelta que siempre guarda, como ya avisó Ortega y Gasset, su venganza en el futuro. Hacía falta esta selección, hacía falta este mundial ganado bajo los colores de la bandera de toda España. Ojalá este triunfo presagie un eficaz banquillo de políticos y juristas que derroten las irracionalidades con que amenazan estos próximos días tan huérfanos de fútbol.

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