Dos fiestas

3 May

Dos fiestas señaladas se sucedieron este último sábado y domingo; el día del trabajo y después el de la madre, primer domingo de mayo, al que quizás habría que renombrar como el día del trabajo 2, así con resabios de película americana y sonoridades de acción tremebunda como la biografía de muchas madres de todas las generaciones. Este año conmemoramos el día del trabajo con cuatro millones de parados, hecho que confiere a esta jornada reivindicativa el mismo sentido, incluso sentimiento, que si uno celebrase su cumpleaños muriéndose, o como si alguien amaneciera contento porque, sin duda, en esa hora en que despierta alguien en el mundo hará una fiesta de cumpleaños a la que acudirá alguien. Nuestra sociedad ha adquirido unos tintes tan absurdos que esos cuatro millones de aspirantes a trabajador habrían querido disfrutar este sábado en su oficio con ese toque de reloj que invoca como brujo al genio de la prisa, y esa prisa que mancha todo aunque el traje, o el mono, luzcan impolutos. Además en una zona como la nuestra donde el sector servicios, negociado industria hostelera y adyacentes, da de comer a un enorme número de familias malagueñas cualquier fiesta transcurre en el puesto de trabajo y con la esperanza de que precisamente en esta jornada todos los empleados finalicen su horario agotados porque se llenaron restaurantes, hamacas y hospedajes, y los viajeros bebieron tanto refresco que los repartos de hielo, botellas y bidones realizaron horas extraordinarias. Las fiesta del trabajo habría pues que segmentarla por sectores o realizar tres al menos.

Así están las cosas. La fiesta del trabajo debería cambiar su nombre para que no siga hundiéndose en la ciénaga del absurdo y del ridículo. El día de la madre tampoco se queda ajeno a esta lógica borrosa. Un pastor sabe que el festivo día del trabajo lo inicia con el desayuno y limpieza de los animales. Muchísimas madres también. El hogar rima en estos aspectos con un corral donde la madre sabe, por ejemplo, qué ropa está en el tendedero y cuál lista para la plancha, o ya en las perchas; muchas madres prevén aún que llegan dos días de fiesta, entre ellos el de la madre y, por tanto, la compra del jueves o viernes debe comprender todo lo necesario para que el lunes no amanezca el hogar como un corral abandonado. He aquí la esclava del señor, o la dueña y señora de la casa, en frase humorística. En estos tiempos de reivindicación de igualdades entre géneros las encuestas sobre comportamientos ante las tareas domésticas sorprenden; una amplia cantidad de varones no tiene ningún reparo en contestar que en su casa ni ayudan ni participan al cincuenta por ciento en esas responsabilidades que la familia exige. Si a estas cifras sumamos las del desempleo femenino, mayor que el masculino, vemos que el resultado indica la inconveniencia de calificar como fiestas a estos días a los que deberíamos modificar su nombre, o contenido.

Dos fiestas señaladas se sucedieron este último sábado y domingo; el día del trabajo y después el de la madre, primer domingo de mayo, al que quizás habría que renombrar como el día del trabajo 2, así con resabios de película americana y sonoridades de acción tremebunda como la biografía de muchas madres de todas las generaciones. Este año conmemoramos el día del trabajo con cuatro millones de parados, hecho que confiere a esta jornada reivindicativa el mismo sentido, incluso sentimiento, que si uno celebrase su cumpleaños muriéndose, o como si alguien amaneciera contento porque, sin duda, en esa hora en que despierta alguien en el mundo hará una fiesta de cumpleaños a la que acudirá alguien. Nuestra sociedad ha adquirido unos tintes tan absurdos que esos cuatro millones de aspirantes a trabajador habrían querido disfrutar este sábado en su oficio con ese toque de reloj que invoca como brujo al genio de la prisa, y esa prisa que mancha todo aunque el traje, o el mono, luzcan impolutos. Además en una zona como la nuestra donde el sector servicios, negociado industria hostelera y adyacentes, da de comer a un enorme número de familias malagueñas cualquier fiesta transcurre en el puesto de trabajo y con la esperanza de que precisamente en esta jornada todos los empleados finalicen su horario agotados porque se llenaron restaurantes, hamacas y hospedajes, y los viajeros bebieron tanto refresco que los repartos de hielo, botellas y bidones realizaron horas extraordinarias. Las fiesta del trabajo habría pues que segmentarla por sectores o realizar tres al menos.

Así están las cosas. La fiesta del trabajo debería cambiar su nombre para que no siga hundiéndose en la ciénaga del absurdo y del ridículo. El día de la madre tampoco se queda ajeno a esta lógica borrosa. Un pastor sabe que el festivo día del trabajo lo inicia con el desayuno y limpieza de los animales. Muchísimas madres también. El hogar rima en estos aspectos con un corral donde la madre sabe, por ejemplo, qué ropa está en el tendedero y cuál lista para la plancha, o ya en las perchas; muchas madres prevén aún que llegan dos días de fiesta, entre ellos el de la madre y, por tanto, la compra del jueves o viernes debe comprender todo lo necesario para que el lunes no amanezca el hogar como un corral abandonado. He aquí la esclava del señor, o la dueña y señora de la casa, en frase humorística. En estos tiempos de reivindicación de igualdades entre géneros las encuestas sobre comportamientos ante las tareas domésticas sorprenden; una amplia cantidad de varones no tiene ningún reparo en contestar que en su casa ni ayudan ni participan al cincuenta por ciento en esas responsabilidades que la familia exige. Si a estas cifras sumamos las del desempleo femenino, mayor que el masculino, vemos que el resultado indica la inconveniencia de calificar como fiestas a estos días a los que deberíamos modificar su nombre, o contenido.

3 respuestas a «Dos fiestas»

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