Salvajes y goles

12 Abr

Nunca me gustó el fútbol. De pequeño no jugaba bien y durante cualquier partido siempre actuaba como reserva. Tampoco conocí las humillaciones de quienes fueron usados como poste de portería, pero sí descubrí el aburrimiento que despliegan casi un par de horas sentado, contemplando cómo los héroes corrían, esquivaban y recibían vítores tras la gloria del gol. Quizás esa frustración permanente alentó en mí un egoísmo que me impide el identificarme hoy con cualquiera que gane algo y no sea yo. Nunca me atrajo eso de jalear a un equipo de once tipos admirados que ganan un pastón, y merecen constantes fotos de portada en los medios y páginas e incluso medios enteros para sí, valga la paradoja. Nunca me gustó el fútbol. Un tipo raro de los que apenas pueden conversar con desconocidos y que se encuentra solo con frecuencia en bares cuando sus semejantes, masculinos sobre todo, se hallan en casa ante el televisor, dando gritos. A pesar de esa desafección mía a este nuevo régimen casi ideológico que se impone por doquier, comprobé durante la semana anterior la fuerza magnética que impide la huida total del deporte rey, como sé que también lo llaman hasta los republicanos. El miércoles visité a un amigo y allí me encontré con el partido del Barcelona-Arsenal. Otros varios amigos suyos que acudieron al evento no creían mi nulo amor por ningún equipo y por tanto mi atención inocente a lo que veía en la pantalla con independencia de quién protagonizase la ofensiva. Acabé convertido en el enemigo moral de aquel grupo. Cuando los, según ellos “sus”, jugadores disputaban el balón también cometían actos tan agresivos como los rivales; aquellas patadas a destiempo se volvían invisibles. Yo comentaba la incongruencia y ellos me miraban como yo si fuese el inglés. Al final gritaron que habían ganado. ¿Ellos?

La zona de la ciudad donde resido permaneció bastante silenciosa durante la noche del sábado. Se ve que la mayoría aquí se considera madridista y malaguista, que ya son ganas de sufrir. Dada mi ignorancia sobre los partidos de liga, pasé por La Rosaleda justo a la salida del encuentro con -¿o contra?- el Sevilla. Nunca había visto a los policías con escudos junto a mí. El carril-bici se inutiliza durante esos momentos porque mientras los partidos de fútbol o las corridas de toros, los más listos aparcan el coche donde les da la gana; cualquier acontecimiento en Málaga parece que da licencia para exhibir el salvaje que en muchos habita. Leo en La Opinión del domingo que se desató una batalla urbana entre salvajes en La Roca; un chico de Sevilla acabó con una puñalada en el costado. No me gusta el fútbol. Un tipo raro ya digo, pero distingo a los violentos a mucha distancia. Nadie sale a la calle con navaja si no es para usarla, el sujeto ya sabe del odio que acumula y da igual un himno que otro, una bandera que otra, fútbol, esquí o ajedrez. El ser humano es un animal raro, en verdad, muy raro.

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