Cada quien considera la Semana de Pasión según sus intereses. El milagro de este año para los cofrades llega del cielo y pocas veces mejor dicho; frente a un invierno lluvioso hasta hacernos hablar en gallego y sentir morriña, el inicio de abril aún mantiene lejanas sus aguas mil del refrán. Buena noticia también para los hosteleros, quienes han recibido los frutos de este Mister Marshall entre inciensos y velorios adelantado a las fechas estivales. Salvo algún pequeño incidente como cierta rotura de trono, aderezo para las crónicas de las hermandades, la fiesta acabó bien, luego bien estuvo. Sin embargo este paseante acostumbra a percibir siempre algún “sinembargo” así junto, si ustedes me lo permiten. Las conmemoraciones impecables, como ya digo, pero los alrededores se cubren siempre de una pátina que revela fisuras de organización y tintan el verde-morado de la ciudad con manchas de una dejadez casi crónica en muchos aspectos. La Semana Santa se convierte en los días del todo vale. Regresa el botellón a la Plaza de la Merced; puede que otro de los milagros consista en que durante estas jornadas el alcohol no dañe los hígados adolescentes. Tampoco parece fea a nuestras autoridades la estampa de borrachos entre capirotes, ni de otras gentes “puestísimas” que, por ejemplo, con gallardía arrojaban botellas de a litro en uno de esos descampados en Lagunillas donde la desidia y el abandono municipal, ahí tan típico como los tronos, ocasiona que los guarros depositen cuanta basura quieran. También las ratas y las cucarachas son criaturitas de Dios y habrá que darles de comer.
Dada esta fea costumbre mía de pasear, me percato de que existe una zona periférica del Centro donde esta Semana de la que hablo reparte su pasión entre los vecinos. El Ayuntamiento ha arreglado las aceras del barrio entre Cristo de la Epidemia y El Ejido. Los rebajes y rampas han servido para que muchos conductores aparquen sobre ellas sus vehículos, privilegio que antes se reservaba a los todo-terreno que impunes y seguros de sí obstruían solos cualquier paso para los peatones. ¿Sucede algo a quienes así obran? No. Nada. No hay policía municipal más que para ordenar el tráfico mientras los desfiles. Si se dispusiera de agentes, el que no se persiguiesen estos hechos constituiría una escandalosa dejación de funciones por parte de sus responsables. Si el Centro de Málaga padece el olvido, su periferia más. Sospecho que la Semana queda grande a un Ayuntamiento que sólo puede atender a los recorridos oficiales como si habitásemos un parque temático, olvida que una ciudad es constituida por sus ciudadanos, quienes tienen derecho a poder moverse y no sentir sus barrios invadidos como si los santos que salen al asfalto perdonaran cualquier falta a un montón de salvajes que por desgracia ensombrecen la brillantez educada de una inmensa mayoría.
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