Cada cual tiene ese Benarés personal que le cambia sus conceptos vitales y hasta el espíritu; hallé el mío en Nueva York ciudad que trepida a un ritmo frenético en todos los sentidos pero que ha sabido conjugar mejor que nuestra sociedad española aspectos como la convivencia y la protección de la familia por más que los tópicos vociferen en sentidos muy contrarios. La semana blanca llega a Málaga y las críticas ya manifiestan su engorro.
Daría igual que se añadieran jornadas de vacaciones a las navidades, a la Semana Santa, o al final o principio del verano. Cualquier detención en el calendario docente fastidia, cualquier permanencia de los hijos en casa molesta porque nos hemos organizado según horarios de empresa y no según los de la coexistencia con la familia, con las amantes o consigo mismo. El trabajo en España supone mayor condena, y la prole cosa de ricos. En el sur de Manhattan, donde la zona financiera remueve con sus oleajes de decisiones cualquier economía, los comercios cierran a media tarde; compradores, turistas y trabajadores abarrotan el metro hacia el hogar casi a la hora en que aquí vuelven a abrir tiendas y talleres. Los comedores escolares sirven menús durante todo el verano, o uno contempla en las rutas de Staten Island, o en el grandioso Planetario, a grupos y grupos de escolares que reciben otras enseñanzas bajo la responsabilidad de los monitores contratados por los distritos. La crianza de los hijos sale cara; quizás debamos plantearnos en colectivo si no funcionaría mejor una organización común de estos problemas. El remedio no pasa por la confusión entre los tiempos lectivos y los dedicados a una educación más allá de esas horas, porque la presencia de la familia es fundamental. Hemos logrado padres que pasan los días sin ver a sus hijos más que cuando duermen o mientras corren por el pasillo hacia la calle.
Uno de los motivos que alimentan el fracaso escolar en España se encuentra en la poca relación que la familia tiene con su estudiante. Buen número de niños a edades que no les corresponden se levantan y desayunan, si lo hacen, solos; estudian también solos y los padres aparecen al final de la tarde, hartos y cansados de sus labores. A esas horas ya sólo procede la regañina por las malas notas, la ducha, algo de tele y a la cama; cuando suene el despertador aguardará una nueva jornada de esclavitud horaria. ¿Para qué tenemos hijos si no los vemos crecer? Si cuando el pequeño pilla una gripe contagia una epidemia de inconvenientes. El diseño económico español ha fracasado, el escolar no arroja buenos resultados tampoco y una semana libre, es decir, cinco días para disfrutar de los hijos, se erige en tragedia. Tal vez el fallo radique en el diseño de una maquinaria a la que se han oxidado sus motores mientras nos convertíamos en un país rico en las macrocifras, pero de huérfanos virtuales y padres vicarios. Gran progreso.
Ahora que estamos debatiendo sobre la nueva economía, la denominada como sostenible, es hora de hablar de nuevos modelos de sociedad sostenible y eso implica cambiar todas las anquilosadas y estalinistas estructuras de carácter laboral
El problema de todo esto radica en que: las personas encargadas de buscar una solución, no padecen el problema y por tanto es difícil que den con la solución adecuada.
El ser humano por naturaleza, encuentra buenas soluciones cuando esta con la soga al cuello, los políticos no tiene hipoteca, no están en paro, su jornada laboral no es de día completo, etc… ellos ha de solucionar un problema que no padecen por tanto nunca lo van a solucionar.