Bernardo de Gálvez

8 Dic

samSu nombre silabea un episodio de gloria histórica en América protagonizado por un malagueño de Macharaviaya, a la vez que una de las mayores torpezas de mercadotecnia en esta actual España, Andalucía y Málaga, en crisis. Matucha García publicó un entrevista el sábado anterior en La Opinión, en la que el señor Thomas Genton, consejero cultural de la embajada de EE.UU., destacó el interés que la figura de Bernardo de Gálvez despierta en aquellas tierras; de sus palabras se desprende que aquel aventurero malagueño podría significar un marbete que iluminase nuestra tierra como un punto destacado entre el imaginario colectivo norteamericano, para el que España apenas brilla más que naciones como Lituania, o Hungría, sin que yo quiera ofender a ninguna de las tres. En América corre un chiste sobre españoles. Resumo: Ante un pájaro muy grande que vuela alto, el francés piensa escribir una oda, el italiano realizar una escultura, el alemán diseñaría una máquina que emulase sus cualidades; el español buscaba piedras para abatirlo. Me llevé una sorpresa cuando los taxistas y camareros neoyorquinos no identificaban a Antonio Banderas como malagueño, algunos ni siquiera como español. Julio Iglesias, según me explicaban, tenía pasaporte dominicano, y el último presidente para ellos conocido era Aznar, el de Bush. La imagen de Rodríguez Zapatero se difuminaba entre la nada y la nebulosa. Si a ello sumamos que el español es una lengua desprestigiada de la que el hablante evita su uso en público aunque se trate de la segunda lengua materna que sin duda habita en los hogares de Nueva York, nos daremos cuenta del poco peso y mal equilibrio con que nuestra presencia y cultura se hallan representadas en uno de los centros imprescindibles para que las exportaciones de un país marchen con brío.
Nos hallamos en una profunda crisis que exige el cambio del modelo productivo, pero a la vez pide que el déficit exterior se minimice mediante exportaciones, y no de chinescos productos baratos, sino de calidad y con prestigio. La sociedad americana sabe de Málaga, Andalucía y España lo que hemos querido revelar. Tras el exabrupto unamuniano del que inventen ellos, aún nos encontramos en la ceguera del que nos descubran ellos. En las vinaterías de Manhattan el paseante encuentra sólo un metro cuadrado dedicado a caldos españoles, además de sabor dudoso, frente a las decenas de marcas francesas, italianas, neozelandesas, chilenas, incluso alemanas, o vinos de Long Island. De aceites, quesos o embutidos españoles ni hablemos que eso sí son meras anécdotas en mitad de la vorágine de una verdadera capital del mundo. Una gran producción encargada a Hollywood sobre las gestas de Gálvez, incluso con deslices de época como una bandera roja y amarilla en los barcos, la inauguración de la imprescindible estatua en Washington sufragada por España, con asistencia de los Reyes un cuatro de julio, y una invasión propagandística y publicitaria de productos y curiosidades de Málaga, Andalucía, España bajo pretexto de tan nobles y sólidos y sentimentales vínculos de unión, situarían a nuestras industrias en un mapa en el que ahora no figuran, por ese afán colectivo de perder oportunidades y de creer que el buen paño en el arca se vende, o de que el pájaro que vuela sólo sirve para la cazuela, aunque baje a pedradas.

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